El día a día, la lucha por la sobrevivencia y la propia convivencia, se expresa en un deterioro del cuerpo social, drásticamente mutilado y desprovisto de una serie de dimensiones humanas – la capacidad de soñar, de jugar, de imaginar, de fantasear, de crear y de vibrar. Se exacerba la exclusión del otro causante del mal y se impone una estrategia de asepsia social en manos de un cuerpo de higienistas encargado de "la limpieza", la descontaminación y de la revancha en todas sus expresiones. Impera el temor generalizado, la indiferencia social y la desconfianza al otro, a la autoridad, normas y la ley…
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