Termodinámica y economía familiar, o de cómo
salirle adelante a la crisis en cuatro simples leyes
Por: Malú Rengifo
Triste y
lamentable: estudios científicos han determinado que el choporrocientos por
ciento de la población venezolana le tiene terror al estudio de las ciencias y
a los números, situación que cada teórico de la pedagogía ha estudiado,
achacándola a diferentes factores y profundizando sobre fallas de nuestro
sistema educativo, que mucho de cierto han de tener, pero que no son el tema de
este breve tratado sobre economía familiar. Cualquier persona que sin ser
pedagogo haga uso del sentido común sabe que el origen de casi cualquier
problema es uno solo: la peladera de bolas.
Toda la
situación es un círculo vicioso que no se sabe si comenzó con su pelazón o la
del profe, o la de los señores que arreglaban los pupitres, o la de la vieja de
la cantina que de paso era, de todos, la que más queso le veía a la tostada
(aunque a los tequeñones les echaba poquitico). El caso es que del total de
personas que fueron, van o irán a la escuela alguna vez, el choporrocientos por
ciento han sido alumnos de maestros mal pagados, y en la dinámica capitalista
pocas son las vocaciones que puedan resistir estoicamente los embates de una quincena
insuficiente, precaria, indigna, lastimera y, pa’ más ñapa, retrasada por quién
sabe cuánto tiempo.
Una cosa
lleva a la otra y es así como un docente que tiene que ir todos los días a una
escuela a dar clases y a calarse las insolencias de nuestros hijos y de los
hijos de nuestros hijos y de los hijos de los hijos que vendrán por los siglos
de los siglos amén, entra al salón con su carpeta y su cartera o maletín bien
sujetos, andando con paso lento que no se escucha entre el barullo habitual de
un salón de clases, que en el mejor de los casos va bajando el volumen conforme
el maestro o maestra se aproxima a su escritorio, y para el momento en que
arrima la silla y se sienta frente a los estudiantes –que a primera hora de la
mañana muestran claros indicios de tener frijoles saltarines en el rabo–, su
cara de haber chupado limón con amargo de angostura ya no la disimula ni el
recuerdo de la proximidad de las vacaciones de agosto, más que merecida por
todos los educadores de la tierra.
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