No hay tarea más noble ni actividad más provechosa que adorar al único Dios vivo y verdadero. Adorar a Dios produce un enriquecimiento perdurable y un fortalecimiento interior generados por una relación íntima y armoniosa con el creador. Pero ¿qué es adorar? Solamente la Biblia establece las pautas para una definición correcta de adoración. Rendir homenaje, alabanza, reconocimiento, culto y exaltación al Dios soberano. Adorar no es una ceremonia litúrgica sino un acto del ser interior. Los vocablos adorar y adoración son de uso común entre los cristianos, pero la comprensión de ellos no está del todo claro. Muchos confunden adorar con ciertos espectáculos religiosos donde se desbordan las emociones.
Oros lo identifican con cultos repetitivos y sistemáticos, pero vacíos y sin dinamismo. Dios quiere enseñarnos acerca de adoración y de adoradores desde una perspectiva bíblica, teológica y práctica para comprender la naturaleza de la verdadera adoración.
A veces se ha confundido la naturaleza de la verdadera adoración. Por un lado, se ha identificado adorar con actividades místicas y con experiencias emocionales, aunque hay emoción en la adoración. Por otro lado se ha dado por sentado que adorar tiene que ver con una liturgia fría, monótona y pedante.
La enseñanza clara de la verdadera adoración se encuentra en la Biblia: el centro de adoración es Dios. La comunión, la alabanza y la relación íntima con el Señor Dios soberano constituyen la esencia de la adoración La palabra enseña que adorar al eterno es una cuestión íntima del corazón. Tiene que
ver con la relación entre el ser interior del individuo y el Dios Santo con quien se puede tener comunión. Eso es adorar: Entrar en comunión íntima con Dios sin que importe el lugar y las circunstancias en las que el adorador se encuentre.
Dios quiere sentar bases bíblicas para recuperar una vida de adoración, tanto en el hogar como en la iglesia. Es necesario tener una filosofía clara de la verdadera adoración. El hecho sencillo es que Dios hoy, al igual que en tiempos pasados, sigue buscando adoradores que le adoren en espíritu y en verdad. Adorar a Dios no es la ejecución de un rito litúrgico sino una
realidad de íntima comunión con Él. El hombre fue creado con el propósito primordial de rendir homenaje al único, eterno y sabio Dios en conformidad con la verdad que El mismo ha revelado en su Palabra. Esa adoración debe ser tanto personal como colectiva, pero siempre debe hacerse de manera que le agrade a Él. La Biblia enseña la unidad de Dios como su esencia tripersonal. Dios es Padre, hijo y Espíritu Santo en cuanto a personas, pero es una sola esencia divina. La Fe cristiana es fundamentalmente trinitaria.
El cristiano que sabe adorar se acerca a Dios Padre por medio del hijo y en el Espíritu Santo. De este modo puede adorar a Dios plenamente.
La realidad del pecado en la experiencia humana imposibilita que el hombre pueda acercarse a Dios por sus propios méritos. El ser humano no es capaz de buscar a Dios porque el pecado se lo impide. Dios, sin embargo, se ha acercado al hombre. Lo ha hecho de manera personal mediante la encarnación de Dios el Hijo. Además, Dios ha revelado al hombre su voluntad en las
Escrituras. La Biblia enseña que Dios exige adoración exclusiva porque Él es el único digno de ser adorado.
El hombre no puede adorar a Dios “a su manera”. Tiene que hacerlo como Él Mismo lo establece en su palabra. De la misma manera que el músico sigue al director de orquesta para que la sinfonía suene armoniosa, el adorador debe seguir las pautas establecidas por Dios en su palabra. Él se agrada cuando se le adora como lo ha establecido en la Biblia, y le desagrada cuando el hombre inventa su propia filosofía de la adoración. El Antiguo y el Nuevo testamento nos dan ejemplos de cómo construir un argumento coherente tocante a la necesidad de practicar la clase de adoración que se ajusta a las normas divinas. Los hombres y las mujeres de la Biblia que aprendieron a adorar a Dios en espíritu y en verdad eran personas normales con los mismos problemas, inquietudes y frustraciones que pesan sobre las personas hoy día.
El secreto de ellas (si se le puede llamar así) es que aprendieron a depender de Dios y dieron prioridad a la comunión con el Señor.
Ana la madre de Samuel, era una mujer estéril, algo humillante para una mujer de aquellos tiempos. Ella no dejó de adorar a Dios. Se postró delante del Todopoderoso, derramó lágrimas e hizo su petición de una manera humilde.
El Señor contestó la oración de Ana. El corazón de aquella mujer quedó plenamente al descubierto delante de Dios. No hubo espacio vedado a Dios en la vida de Ana.
David fue también un genuino adorador de Dios. Con sus defectos y sus caídas, David constituye un ejemplo de creyente que anhelaba estar en la presencia de Dios Basta con leer algunos de los salmos para saber y entender algo de su vida y su experiencia como un íntimo del Señor. Tanto sus virtudes como sus defectos constituyen una lección provechosa para quien anhele ser un verdadero adorador de Dios. Más reveladora aún podría ser la experiencia de Job. Aquel hombre justo fue probado en gran extremo. Dios permitió que el enemigo lo afligiera. No obstante, en medio de los terribles sufrimientos, Job adoró a Dios de todo corazón. La gran lección es que los verdaderos adoradores alzan sus ojos al Todopoderoso, dependen de Él en todo tiempo y dan gracias no solamente cuando reciben lo bueno, sino también durante las pruebas más difíciles.
El Nuevo Testamento también registra los ejemplos de un número considerable de los verdaderos adoradores. Mujeres como María de Betania, María Magdalena o Dorcas. Hombres humildes como el leproso samaritano quien fue el único de los diez sanados que regresó para dar gracias y adorar al que lo sanó. Por supuesto que después de la resurrección del Señor, los apóstoles aprendieron a adorarlo con corazón puro y públicamente dieron testimonio de su fe, incluso arriesgando sus vidas. Quizás el ejemplo de Pablo se destaca entre los demás apóstoles. Pablo no fue solamente un verdadero adorador, sino que contribuyo tremendamente para que otros lo fuesen. Pablo demostró su actitud de verdadero adorador por medio de su fe probada en momentos difíciles, su gratitud, su compasión y su celo por el evangelio. Pero por encima de todo, lo demostró mediante su constante deseo de ser más semejante a Cristo cada día.
Sin embargo es Jesús nuestro mejor ejemplo de adorador. Dios manifestado en carne. Vino al mundo para revelar a Dios entre los hombres. Vivió en todo sentido la clase de vida que agrada al Padre. Siendo Dios, “no estimo el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. El Señor Jesús enseñó a los hombres cómo adorar al único Dios vivo y verdadero. Si alguien tiene dudas de que significa ser un verdadero adorador que mire a Jesús y aprenda de Él. El Señor enseñó a sus discípulos a adorar al Padre en espíritu y en verdad, pero no debe olvidarse que el hijo es digno del mismo honor y de la misma adoración que el Padre. También el Espíritu Santo tiene una participación en la adoración. Tal como el hijo vino para revelar el Padre a los hombres, el Espíritu Santo ha venido para revelar y glorificar a Dios el hijo. La importancia del Espíritu Santo en la adoración es incuestionable.
Es mi deseo que cada verdad de nuestra adoración bíblicamente ordenada haga que muchas cosas comiencen a ser transformadas en nuestra vida mientras esperamos que la luz de su Gloria sea encendida en nuestros corazones, casas, su pueblo, las ciudades y naciones de la tierra.
Walter Rumierk
Director “Congreso de Adoradores Trayendo el Arca”
A veces se ha confundido la naturaleza de la verdadera adoración. Por un lado, se ha identificado adorar con actividades místicas y con experiencias emocionales, aunque hay emoción en la adoración. Por otro lado se ha dado por sentado que adorar tiene que ver con una liturgia fría, monótona y pedante.
La enseñanza clara de la verdadera adoración se encuentra en la Biblia: el centro de adoración es Dios. La comunión, la alabanza y la relación íntima con el Señor Dios soberano constituyen la esencia de la adoración La palabra enseña que adorar al eterno es una cuestión íntima del corazón. Tiene que
ver con la relación entre el ser interior del individuo y el Dios Santo con quien se puede tener comunión. Eso es adorar: Entrar en comunión íntima con Dios sin que importe el lugar y las circunstancias en las que el adorador se encuentre.
Dios quiere sentar bases bíblicas para recuperar una vida de adoración, tanto en el hogar como en la iglesia. Es necesario tener una filosofía clara de la verdadera adoración. El hecho sencillo es que Dios hoy, al igual que en tiempos pasados, sigue buscando adoradores que le adoren en espíritu y en verdad. Adorar a Dios no es la ejecución de un rito litúrgico sino una
realidad de íntima comunión con Él. El hombre fue creado con el propósito primordial de rendir homenaje al único, eterno y sabio Dios en conformidad con la verdad que El mismo ha revelado en su Palabra. Esa adoración debe ser tanto personal como colectiva, pero siempre debe hacerse de manera que le agrade a Él. La Biblia enseña la unidad de Dios como su esencia tripersonal. Dios es Padre, hijo y Espíritu Santo en cuanto a personas, pero es una sola esencia divina. La Fe cristiana es fundamentalmente trinitaria.
El cristiano que sabe adorar se acerca a Dios Padre por medio del hijo y en el Espíritu Santo. De este modo puede adorar a Dios plenamente.
La realidad del pecado en la experiencia humana imposibilita que el hombre pueda acercarse a Dios por sus propios méritos. El ser humano no es capaz de buscar a Dios porque el pecado se lo impide. Dios, sin embargo, se ha acercado al hombre. Lo ha hecho de manera personal mediante la encarnación de Dios el Hijo. Además, Dios ha revelado al hombre su voluntad en las
Escrituras. La Biblia enseña que Dios exige adoración exclusiva porque Él es el único digno de ser adorado.
El hombre no puede adorar a Dios “a su manera”. Tiene que hacerlo como Él Mismo lo establece en su palabra. De la misma manera que el músico sigue al director de orquesta para que la sinfonía suene armoniosa, el adorador debe seguir las pautas establecidas por Dios en su palabra. Él se agrada cuando se le adora como lo ha establecido en la Biblia, y le desagrada cuando el hombre inventa su propia filosofía de la adoración. El Antiguo y el Nuevo testamento nos dan ejemplos de cómo construir un argumento coherente tocante a la necesidad de practicar la clase de adoración que se ajusta a las normas divinas. Los hombres y las mujeres de la Biblia que aprendieron a adorar a Dios en espíritu y en verdad eran personas normales con los mismos problemas, inquietudes y frustraciones que pesan sobre las personas hoy día.
El secreto de ellas (si se le puede llamar así) es que aprendieron a depender de Dios y dieron prioridad a la comunión con el Señor.
Ana la madre de Samuel, era una mujer estéril, algo humillante para una mujer de aquellos tiempos. Ella no dejó de adorar a Dios. Se postró delante del Todopoderoso, derramó lágrimas e hizo su petición de una manera humilde.
El Señor contestó la oración de Ana. El corazón de aquella mujer quedó plenamente al descubierto delante de Dios. No hubo espacio vedado a Dios en la vida de Ana.
David fue también un genuino adorador de Dios. Con sus defectos y sus caídas, David constituye un ejemplo de creyente que anhelaba estar en la presencia de Dios Basta con leer algunos de los salmos para saber y entender algo de su vida y su experiencia como un íntimo del Señor. Tanto sus virtudes como sus defectos constituyen una lección provechosa para quien anhele ser un verdadero adorador de Dios. Más reveladora aún podría ser la experiencia de Job. Aquel hombre justo fue probado en gran extremo. Dios permitió que el enemigo lo afligiera. No obstante, en medio de los terribles sufrimientos, Job adoró a Dios de todo corazón. La gran lección es que los verdaderos adoradores alzan sus ojos al Todopoderoso, dependen de Él en todo tiempo y dan gracias no solamente cuando reciben lo bueno, sino también durante las pruebas más difíciles.
El Nuevo Testamento también registra los ejemplos de un número considerable de los verdaderos adoradores. Mujeres como María de Betania, María Magdalena o Dorcas. Hombres humildes como el leproso samaritano quien fue el único de los diez sanados que regresó para dar gracias y adorar al que lo sanó. Por supuesto que después de la resurrección del Señor, los apóstoles aprendieron a adorarlo con corazón puro y públicamente dieron testimonio de su fe, incluso arriesgando sus vidas. Quizás el ejemplo de Pablo se destaca entre los demás apóstoles. Pablo no fue solamente un verdadero adorador, sino que contribuyo tremendamente para que otros lo fuesen. Pablo demostró su actitud de verdadero adorador por medio de su fe probada en momentos difíciles, su gratitud, su compasión y su celo por el evangelio. Pero por encima de todo, lo demostró mediante su constante deseo de ser más semejante a Cristo cada día.
Sin embargo es Jesús nuestro mejor ejemplo de adorador. Dios manifestado en carne. Vino al mundo para revelar a Dios entre los hombres. Vivió en todo sentido la clase de vida que agrada al Padre. Siendo Dios, “no estimo el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. El Señor Jesús enseñó a los hombres cómo adorar al único Dios vivo y verdadero. Si alguien tiene dudas de que significa ser un verdadero adorador que mire a Jesús y aprenda de Él. El Señor enseñó a sus discípulos a adorar al Padre en espíritu y en verdad, pero no debe olvidarse que el hijo es digno del mismo honor y de la misma adoración que el Padre. También el Espíritu Santo tiene una participación en la adoración. Tal como el hijo vino para revelar el Padre a los hombres, el Espíritu Santo ha venido para revelar y glorificar a Dios el hijo. La importancia del Espíritu Santo en la adoración es incuestionable.
Es mi deseo que cada verdad de nuestra adoración bíblicamente ordenada haga que muchas cosas comiencen a ser transformadas en nuestra vida mientras esperamos que la luz de su Gloria sea encendida en nuestros corazones, casas, su pueblo, las ciudades y naciones de la tierra.
Walter Rumierk
Director “Congreso de Adoradores Trayendo el Arca”
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