En primer lugar, en algunas culturas es muy fácil dejarse llevar por el ritmo de la música sin pensar en nada de lo que dice su letra. En otros casos podemos tararear canciones cristianas "pegadizas" sin reflexionar en ningún momento en su contenido. Otras veces la música tiene ritmos tan "fuertes", que es casi imposible entender su letra. En todos estos casos, no es posible tener una experiencia de intimidad con el Señor que nos lleve a una auténtica adoración. Debemos recordar la exhortación del salmista: "Cantad con inteligencia" (Sal 47:7). Porque cantar o escuchar música cristiana sin prestar atención a lo que se dice, no es algo que debamos identificar con la adoración.
En segundo lugar, y es muy triste decirlo, parece que muchas veces los cristianos se fijan más en los cantantes que en Dios mismo. Parecen sentir por ellos una fascinación similar a la que los del mundo tienen por sus ídolos musicales. Pero el tiempo de adoración no es para exhibirnos a nosotros mismos, o los dones que Dios nos ha dado, sino para dirigir nuestras miradas hacia Dios. Siempre existe la tentación de convertir esos dones y talentos en el centro de la adoración, usurpando así el lugar que legítimamente sólo le corresponde al Señor. Los cantantes cristianos tienen una gran responsabilidad en este punto.
En tercer lugar, algunos cantantes cristianos, conocidos actualmente como "los grandes adoradores", son responsables del tremendo empobrecimiento de mucha de la adoración que hoy se ofrece a Dios por medio de la música. Sólo hay que ver la pobreza de sus letras, que en muchos casos sólo consiste en unas sencillas frases que se repiten indefinidamente. Esta escasez de términos y conceptos en la adoración no tiene nada que ver con la riqueza que brota de las Sagradas Escrituras.
En cuarto lugar, también existe el peligro de pensar que Dios está más presente en nuestra adoración cuando contamos con buenos medios técnicos, bien sea de sonido, iluminación, coros, cantantes famosos... Pero eso no es cierto. De hecho, esto nos puede llevar fácilmente a la arrogancia. El profeta Isaías nos ha dejado un hermoso versículo que conviene recordar en relación a esto: "Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados" (Is 57:15). A Dios no le impresiona nuestra super organización, porque él es el Alto y Sublime, el que habita la eternidad. Y su presencia en nuestras vidas sólo está garantizada por un corazón quebrantado y humilde ante él.
En quinto lugar, en muchas ocasiones se han sustituido los himnos congragacionales que todos los creyentes podían cantar juntos, por otro tipo de canciones que sólo pueden ser cantadas por un interprete sobre un escenario. Esto priva a la iglesia de identificarse adecuadamente con la adoración, dejándola en manos de los "profesionales", mientras que el resto de la congregación sólo puede dar palmas y aguantar de pie por largos periodos de tiempo sin poder hacer otra cosa.
En sexto lugar, a nadie se le escapa el hecho de que en el día de hoy la música cristiana se ha convertido para algunos cantantes en un importante negocio que no sólo les reporta grandes beneficios económicos, sino también fama y popularidad similares a las de los cantantes del mundo. Y con el fin de ampliar su mercado, no dudan en imitar los ritmos mundanos o de alternar canciones dedicadas al Señor con otras de carácter totalmente profano.
Todo comenzó en el huerto del Edén cuando el hombre decidió que iba a dejar de adorar a Dios.
Posteriormente Dios llamó a Abraham de Ur de los caldeos para formar a partir de él un pueblo que dejando los dioses paganos que había en su entorno, adoraran al único Dios verdadero. De esta manera, tanto Abraham, como su hijo Isaac o Jacob, se caracterizaron por ser hombres de tienda y altar, es decir, peregrinos y adoradores.
En el libro de Éxodo vemos que Dios envió a Moisés para liberar a Israel de la esclavitud de Egipto y que de esta manera pudieran adorarle. En este sentido es interesante notar la lucha que Faraón sostuvo con Moisés con el propósito de impedir que el pueblo fuera adorar a Dios. Primero se negó a ello con total rotundidad, pero después de que las diversas plagas fueron haciendo mella en él, fue cediendo, pero siempre poniendo condiciones: en principio obligándoles a ofrecer sus sacrificios a Dios dentro de la tierra de Egipto (Ex 8:25-27), luego dejando que sólo fueran los varones del pueblo (Ex 10:8-11), más tarde impidiéndoles que llevaran animales para el sacrificio (Ex 10:24-26), hasta que finalmente, como no podía ser de otra manera, Dios ganó el pulso a Faraón y éste les dejó salir sin condiciones para que adoraran a su Dios fuera de Egipto con todo lo que eran y tenían.
En su viaje por el desierto Dios les dio la Ley junto con diversas instrucciones acerca de cómo debían adorarle. Además les mandó construir un tabernáculo donde Dios manifestaba su gloria en medio de su pueblo.
Más adelante, vemos a lo largo de todos los libros históricos y proféticos del Antiguo Testamento el énfasis y la importancia que la adoración tenía en la vida del pueblo de Israel. En relación a esto, el rey David jugó un papel muy importante, porque tuvo en su corazón edificar una casa permanente a Dios donde su pueblo pudiera adorarle. Y aunque él no pudo materializar el proyecto, dejó todo preparado para que su hijo Salomón lo llevara a cabo. Este ejemplo fue seguido también por algunos de los reyes que les sucedieron en el trono, pero en contraste con esto, debemos subrayar el pecado de Jeroboam, el rey que hizo pecar a Israel al levantar dos lugares de adoración idolátrica, lo que sirvió para que el pueblo abandonara el culto a Jehová. Muchos fueron los profetas que denunciaron su pecado y que hicieron un llamamiento a la nación para que se volvieran a la adoración al único Dios verdadero. Desgraciadamente no tuvieron éxito, y por su insistencia en seguir a los dioses paganos, la nación fue llevada en cautiverio; Israel a Asiria y Judá a Babilonia.
El Señor Jesucristo continuó en la misma línea que los profetas del Antiguo Testamento, denunciando en el mismo templo la falsa adoración que Dios estaba recibiendo. Él llegó a decir que los religiosos de su tiempo habían convertido la casa de Dios en una cueva de ladrones (Mt 21:13), lo que le acarreó el odio homicida de los líderes religiosos de Israel.
Los apóstoles que predicaron el evangelio en medio de culturas paganas, tuvieron como objetivo reconciliar a los hombres con el único Dios verdadero, a fin de que se volvieran adoradores suyos. Pablo exhortaba a los idólatras de Listra de esta manera: "Os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo cielo y la tierra, y todo lo que en ellos hay" (Hch 14:15). Y en otro lugar, el mismo apóstol denunció a los paganos en Roma porque "habiendo conocido a Dios no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias", sino que "cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador" (Ro 1:21-25). Y esta actitud del hombre siempre atrae sobre él la ira de Dios.
En el libro de Apocalipsis vemos que la actividad constante en el cielo es la adoración. De hecho, este libro nos enseña que el acto que determina nuestro destino final es la adoración: ¿Adoraremos a Dios o a la bestia y a su imagen? Todos adoramos algo, aunque no nos demos cuenta de ello. Si no adoramos a Dios, adoraremos a algo o alguien más. Y en Apocalipsis vemos que el final de nuestra historia se decide por la cuestión de a quién adoramos.
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