YVKE Mundial / Juan Barreto
Como dice en nuestros días Slavoj Žižek, “el nombre último de la derecha contrarrevolucionaria es el centro mismo”. Esta crítica vale también para la izquierda tradicional, tan decente que se parece demasiado a la derecha y que ubican el problema del Poder (con mayúscula) y del gobierno como un asunto de caminos hacia la institucionalización de la revolución. El Poder se refiere a preguntas fundamentales: ¿para qué y para quién gobernar? En la sociedad capitalista, la convivencia se resuelve con la imposición de hegemonía (manda el que tiene) homogeneizando los valores y criterios del mercado. Por lo tanto, el problema del Poder no es si se accede a él por la vía electoral o con quien se disputa su titularidad, sino cómo se enfrenta o no a esa hegemonía y a esa homogeneización.
Desde Chile, la experiencia del compañero Salvador Allende pudo llenar de esperanza y alegría a un pueblo que buscaba su camino. La amarga derrota que le sobrevino, le permitió comprender que no se pueden asumir las riendas de Estado con unas propuestas pacíficas, sin contar con la participación del pueblo organizado en todos los terrenos, sin maximizar la participación real del pueblo en el nuevo Estado comunal.
Todos los movimientos contemporáneos que han tenido protagonismo en la América Latina y aquellos que han alcanzado el poder como el caso de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, etcétera, han sido el producto de largos procesos de acumulación de fuerzas y movilización de las multitudes.
La experiencia del sandinismo en Nicaragua y la presencia del Farabundo Martí, fueron un viento fresco que sopló en las costas de las extenuadas playas de la izquierda latinoamericana, luego de las derrotas de las concepciones militaristas de la lucha armada y de la domesticación reformista de muchos de sus líderes históricos.
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