Para unos es una superstición chavista, para otros una mabita, pero sea lo que sea, la cumbre se secó. Un día invitaban a Maduro, al siguiente lo desinvitaban (la palabra no es mía), para discutir luego si lo “reinvitaban” o dejaban la cosa así, como quería Trump. Venezuela era la margarita hamletiana que deshojaban los presidentes del Cartel de Lima, bautizados “perritos en la alfombra” por uno de ellos.
Una leyenda ancestral, cuyo origen se pierde en la madrugada de los tiempos -¡una pelusa!-, sentencia que “el que se mete con Chávez se seca”. La creencia se volvió mito cuando se extendió, ya no solo al Comandante, sino a toda Venezuela. Kuczynski lo hizo y lo echaron de su propia fiesta, aunque salió caballo blanco porque le cambiaron cárcel por una renuncia ominosa. Trump siguió la senda contra la patria de Luisa Cáceres y el FBI le allanó la oficina a su abogado en busca de pistas de cualquier vaina, pues el tipo es capaz de cualquier cosa.
Hoy la cumbre de las Américas está más disminuida y seca que la flor sin retoño del charro Pedro Infante. El anfitrión (PPK) se enconcha. El que se erigió dueño del sarao e hizo la lista de invitados, Trump, dice que no puede ir porque tiene una guerra en Siria. Vamos, gringo, si por eso fuera, Estados Unidos no asistiría a ninguna cumbre, pues el imperio siempre tiene una guerra en alguna parte del planeta.
El fracaso de la cumbre es la derrota de los medios. Las ollas periodísticas que tenían montadas contra Maduro se enfriaron y fermentaron. Durante meses el gobierno de Perú estuvo estudiando por dónde entraría el presidente venezolano y anunciando al mundo como lo neutralizaría. Trump mismo viajó a Bogotá para diseñar con Santos el Plan B, en caso de que fracasara el “A”. Pero Washington decidió hacer mutis cuando las cuatro delegaciones que envió la MUD se cayeron a carajazo limpio frente al Museo de la Inquisición.
Cualquier fiesta –de boda, de 15 años- se puede suspender con cierta dignidad. Pero después de lanzar tantas amenazas y fanfarronear tantas sanciones resulta imposible ocultar el ridículo continental de la cumbre (con minúscula) de las “Américas”, con comillas. Y es que, antes del primer valse limeño, la cumbrita se había secado.
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