A principios de 2015, un muestreo interno ponía a Maduro como el líder de la región con mayores titulares negativos en los medios, después de las ex presidentas Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner. Desde su asunción, todos habían enfocado las baterías sobre él para construirlo mediáticamente como un paria político a nivel global, embebido de poder e ignorancia.
Este 2017, toda esa campaña mediática se dedicó exclusivamente a quitarle cualquier tipo de mérito y dar lugar a su muerte política y pública a nivel global. Según ellos, ya Maduro había pasado de ser un hombre bruto que "hablaba con pajaritos" a ser el dictador de un narcoestado con escasos reflejos políticos y democráticos. En un solo abrir y cerrar de ojos lo asociaron con el dictador panameño Manuel Noriega, y recrudecieron las matrices por criminalizarlo, poco antes de que el Departamento del Tesoro lo sancionara.
En ese tiempo, Maduro pasó a la larga lista de figuras políticas, detestadas por el establisment, como el presidente sirio Bashar Al Assad y Vladimir Putin. Al igual que estos, los telediarios y las páginas web gastaron horas y horas en pronosticar su inminente caída una vez que empezaron las protestas violentas de la oposición en abril de este año. Nunca le reconocieron ni a él ni al chavismo la posibilidad de reinventarse, ni de poder configurar un escenario a su favor en un contexto de bloqueo y asedio contra Venezuela.
La construcción de una victoria política: la cohesión del chavismo
Sin embargo, Maduro, junto al directorio cívico-militar y el pueblo chavista de a pie, en ese tiempo dio muestras de adaptación y flexibilidad ante el nuevo escenario, elaborado por factores externos e internos para desplazar al proyecto bolivariano del poder y, sobre todo, de la cultura política venezolana. Considerada por la mediocracia global como una plaga, el chavismo tragó grueso y se mantuvo cohesionado en los momentos más duros de estos dos años políticos post-derrota parlamentaria.
En este contexto, a la necesidad de acceso a alimentos, producida por los efectos de la guerra económica, ahora institucionalizada con el bloqueo de Trump, la respuesta del chavismo fue la creación de un instrumento político para afrontar esta batalla: los Consejos Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP). Una herramienta que le permitió a la Revolución Bolivariana producir organización para afrontar una necesidad, sin que fuese tan solo la entrega de una bolsa de comida sino una forma de desplegarse e insertarse en el tejido social concreto de los venezolanos.
Esto, junto al pulso político de 2016 por el revocatorio, le dio la vitalidad necesaria al chavismo para reiniciar un proceso de unidad de sus bases para derrotar a la oposición. Otras medidas fueron en ese mismo sentido, el de darle un orden al caos inducido, a tal punto de que este 2017 inició con todas las encuestas dándole un crecimiento en popularidad al presidente Maduro, unos meses antes de que vinieran el embate más directo y violento que haya vivido el proceso bolivariano en los últimos años. Fue clave haber reorganizado al chavismo en base a la realidad concreta del país para afrontar este contexto.
La violencia y la imposición de la política sobre todas las vías
En abril, cuando el certificado de defunción del chavismo se encontraba firmado por la mayoría de políticos y opinadores profesionales, Maduro convocó a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) con el mismo espíritu reorganizador del caos promovido por el antichavismo, en función de abrir una vía política que unificara el mensaje del bolivarianismo en el clivaje paz vs. guerra. Con esta convocatoria, además, no solo se le puso un reloj de tiempo a la oposición para que alcanzara sus objetivos, o cediese en ellos, sino que otra vez apostó a la gente y la gente le respondió con 8 millones de votos.
Su persistencia en construir esta salida política a la violencia conllevó a que las contradicciones en la oposición política llegasen a niveles críticos, después de que la ANC trajese la paz al país y su agenda pasara a segundo plano. Dividiéndose en mensaje y acción, la MUD quedó encerrada en un callejón sin salida, imposibilitada de asumir costos políticos cuando, inmediatamente, la ANC hizo caso a los reclamos opositores y externos sobre el llamado a elecciones.
Así, esta fórmula propició un escenario político-electoral con las regionales, donde la victoria de la ANC y los días de violencia fueran cobrados a la MUD en favor del chavismo, dividiéndose entre abstencionistas y políticos pro-vía electoral. Con la ANC erigiéndose como un árbitro del choque de poderes, generado por la Asamblea Nacional, a punto de ser reconocido por los gobernadores antichavistas con su juramentación ante este órgano. Sin duda, una realidad que demuestra la importancia de impulsar a tus adversarios a errar cuando tus fuerzas están cohesionadas para aprovechar el momento oportuno.
Todo esto, por otro lado, debe ser entendido como una clara maniobra del directorio chavista por darle un marco político al bloqueo institucional que se aplicó a la agenda golpista. Esto si se tiene en cuenta que los procesos de revolución de color, como los que afrontó Venezuela desde abril hasta julio, se centran en debilitar las instituciones del país para que un ejército de técnicos, ubicados en lugares estratégicos, den un golpe de mano a lo interno del Estado con el fin de desplazar al gobierno a derrocar.
Maduro fue sumamente hábil en debilitar toda la agenda que propiciaba esto, en mantener la unidad de las fuerzas revolucionarias y en aislar a los dos arietes institucionales que buscaban cumplir dicho objetivo: la Asamblea Nacional y la ex fiscal Luisa Ortega Díaz.
Lecciones políticas del directorio chavista y de Maduro a la región
En un contexto adverso y de bloqueo económico, el directorio chavista configuró el escenario político local de tal manera que ha quedado parado del lado de la vía democrática, política y de la paz, mientras los factores ultra, auspiciados por Estados Unidos, se encuentran encerrados en una vía extrapolítica cuasi bélica difícil de vender en lo mediático. La opción militar de Trump se ve así encerrada y aislada a nivel local y global, toda vez que la mesa de diálogo en República Dominicana avanza como un camino de acuerdos con respaldo internacional.
Tan fuera de eje queda la política de sabotaje y boicot de Estados Unidos que hasta el mismo secretario general de la OEA, Luis Almagro, lo demuestra con la acusación a la MUD de que es "un instrumento esencial del fraude". Por más que 12 países de la Declaración de Lima lo acompañen con el reclamo de una auditoría electoral, la realidad es que Maduro, junto al directorio y el chavismo de a pie, han dispuesto un escenario en el que se convierten en los garantes de la paz y el orden en Venezuela, un activo político de envergadura que aglutina por fuera del descontento y agrupa a los revolucionarios ante la amenaza externa.
En ese sentido, los liderazgos regionales de Lula, Cristina Fernández de Kirchner y Rafael Correa, quienes muchas veces reniegan de Maduro o evitan nombrarlo parar evitar mala prensa, deberían anotar las lecciones que dejan las acciones envolventes del chavismo, que utiliza una agenda de presión externa en beneficio de una política propia para darle la vuelta al asedio. Ya que todos ellos han caído y perdido el poder sin afrontar ni la mitad de las dificultades del gobierno de Maduro con un actual contexto que difícilmente les permitiría recuperar el gobierno por los márgenes convencionales.
Después de todo, el gran acierto del chavismo continúa siendo apostar a organizar a la gente por sobre las necesidades impuestas desde afuera para que tenga sus propias herramientas para defenderse. Una hoja de ruta que posiblemente se traslade con mayor fuerza a lo económico, cuando las agresiones contra el país recrudezcan como castigo a los venezolanos por su voto en las regionales. Mientras tanto, Maduro, "el bruto, el ignorante", seguirá poniéndole el ritmo a quienes mil veces lo vieron derrocado y aún lo continúan subestimando
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