Rodolfo Walsh, cuya coherencia y rebeldía ante el poder establecido sigue alumbrando el camino de nuevos y anónimos revolucionarios y revolucionarias, despreciaba a cierto tipo de “intelectuales” que nunca le encuentran la punta al clavo. Ese tipo de gente que predica desde púlpitos que ellos y ellas mismas se construyen para sugerir que nunca llega el momento de lo que indudablemente hay que hacer, o que se devanan la sesera para descubrir los puntos débiles de tal o cual proceso revolucionario que sí se hizo, a pesar de ellos. En otras palabras, son los que prefieren ver el árbol e ignorar el bosque, y casi siempre se equivocan en sus acertijos situacionales, porque muy pocas veces (como en todo hay excepciones) se embarran los pies con los de abajo.
Algo de eso viene ocurriendo en este último tiempo con cierta “izquierda”, mayoritariamente académica, que en las actuales condiciones de embestida imperialista contra Venezuela prefieren hacerse a un costado de lo que sostiene la mayoría de la franja más humilde del pueblo de Bolívar y Hugo Chávez y lanzar por todo lo alto una nueva carga de munición gruesa contra este proceso. Y lo hacen desde la variante de resucitar, otra vez, la teoría de los dos demonios.
Como no podía ser de otra manera, este tipo de ataques, formulados en declaraciones, artículos o manifiestos cuentan con amplia difusión en medios ostensiblemente de derecha, que se regodean en contar entre las filas de los aporreadores de la Revolución Bolivariana no solo a los cómplices del golpista Capriles Radonski y al instigador de crímenes contra el pueblo, Leopoldo López, sino también a una pleyade de “izquierdistas”, entre los que figuran quienes siempre salen de la escena cuando la situación pinta borrascosa, o los que se suman a la estampida “por las dudas”, temerosos de no quedar “pegados” al eventual naufragio de un barco que en alguna lejana ocasión (cuando corrían buenos tiempos y se practicaba la solidaridad 5 estrellas) ellos mismos ayudaron a navegar y hoy tratan de hundir.
Estos “izquierdistas” propagandizados por Infobae y otros medios derechistas, acusan al gobierno de Nicolás Maduro de estar “deslegitimado y con marcados rasgos autoritarios”. Para dar más fuerza a sus denuncias se recuestan en los recovecos de la democracia burguesa, de la que se dicen cultores y defensores, y desde allí critican que el Ejecutivo venezolano “desconoce a otras ramas del poder", entre ellas la Asamblea Legislativa, invadida desde diciembre de 2015 por una banda operativa de propagadores de la violencia fascista. Esos mismos que hoy lanzan a la calle a sus cachorros, mezcla de “nenes de mamá” con lúmpenes y paramilitares colombianos, para arrasar con todo lo que huela a chavismo, golpear a mansalva a ciudadanos y ciudadanas que no se suman a sus objetivos desestabilzadores, degollar con cintas de acero a desprevenidos motoristas. En su práctica terrorista han llegado a quemar vivos a jóvenes chavistas o linchar a un ex teniente de la Guardia Militar Bolivariana.
Por muchísimo menos que eso, en cualquiera de los países de donde provienen estos “intelectuales de izquierda”, no la policía sino el propio ejército ya hubiera generado, en su afán represivo, un auténtico cementerio. Sin embargo, el “autoritario” es Maduro que ha ordenado que el freno a tanta criminalidad se haga ateniéndose al Estado de derecho. Y cuando esto no ocurre, a diferencia de otros países, no se duda en detener y juzgar a quienes desde un uniforme han violado los derechos humanos.
¿Se quiere ignorar acaso que la mayoría de los muertos los ha vuelto a poner el chavismo, como ocurriera con el golpe de 2002? ¿Se trata de ocultar, desde el palabrería pseudo-izquierdista, que si en un supuesto negado, estos asesinos que hoy aspiran a volver a la Cuarta República, lograron sus objetivos, no terminarían convirtiendo a Venezuela en algo muy parecido a lo que la OTAN y sus cómplices mercenarios han hecho en Iraq, Libia, Afganistán y Siria?
Mienten descaradamente quienes atacan a una Revolución que en 17 años ha ofrecido a todo su pueblo una avalancha de conquistas sociales, solo comparables con las otorgada por sus hermanos revolucionarios cubanos. Mienten, cuando hablan de ilegitimidad sabiendo muy bien que es uno de los procesos que más confrontaciones electorales ha tenido que atravesar, y en la gran mayoría de ellas ha salido victorioso.
Mienten cuando desde su democratismo de ocasión señalan que el Gobierno venezolano bloqueó y postergó el referéndum revocatorio, sabiendo que fue la oposición la que no cumplió con los plazos para la presentación de esa demanda y que se inventó y falsificó miles de cédulas, incluyendo una buena cantidad de muertos, para forzar lo que desde todo punto de vista era ilegal.
Mienten cuando hablan de “fallido autogolpe del ejecutivo”, cuando en realidad lo que está ocurriendo desde hace años, en forma más acentuada desde que el Comandante Hugo Chávez fuera asesinado, es una verdadera escalada golpista, que incluye todos los elementos de una guerra de cuarta generación: bloqueo económico y destrucción de una paridad racional del dinero venezolano con respecto al dólar, contrabando ilegal y masivo de gasolina y alimentos hacia Colombia con la complicidad del gobierno de Juan Manuel Santos y del paramilitar Uribe Vélez, desabastecimiento constante para afectar con la falta de alimentos y medicamentos a los sectores humildes, mientras en los barrios del Este caraqueño, donde vive la burguesía maiamera, se puede adquirir lo que no se encuentra en Catia, Petare o el barrio 23 de enero. Ni qué decir del rol jugado por el terrorismo mediático en todas estas instancias.
Mienten estos "intelectuales y académicos” cuando hablan de que a ellos les interesa la paz para detener la “violencia institucional y la callejera”, típico de la teoría de los dos demonios. No hay dos violencias, sino que por un lado hay terrorismo puro y duro, y por el otro un intento racional y medido de contrarrestarlo.
Mienten estos “pacifistas” cuando pretenden ignorar los numerosos intentos de convocatoria al diálogo realizadas por el gobierno de Maduro a una oposición, que como ocurre en Siria, lo único que le interesa es la guerra y el derrocamiento de un gobierno legítimo para construir una neocolonia norteamericana en suelo venezolano. Una vez que ello ocurra, lograrían su verdadero objetivo de tanta destrucción y muerte: recuperar para Washington todo el petróleo hoy administrado por PDVSA, así como los yacimientos minerales distribuidos profusamente en suelo venezolano.
Llama poderosamente la atención que estos mismos planteos “izquierdistas” coincidan tanto con los formulados, en clara actitud provocadora, por el secretario de la OEA, Luis Almagro e incluso con los “llamamientos humanitarios” lanzados por el Comando Sur norteamericano. Esto ocurre, porque en los tiempos que corren, donde el imperialismo está en plena ofensiva y nuestros pueblos resisten en los diversos escenarios que les permiten sus propias fuerzas, no es de izquierda levantar las propuestas de la derecha internacional, no es de izquierda oponerse a lo que la mayoría del pueblo trabajador y campesino, los estudiantes, las mujeres, los jóvenes y la gran mayoría de los colectivos sociales anhelan para Venezuela. Y esto es, defender las innumerables conquistas logradas con la Revolución chavista, apoyar al gobierno de Nicolás Maduro, fortificar aún más la unidad pueblo-fuerzas armadas (algo que la oposición quiere romper a fuerza de asesinatos selectivos contra militares) y lograr instalar un escenario definitivo de paz y no injerencia.
Como ocurriera en otros tiempos, en que la Revolución cubana tuvo que tomar medidas drásticas para frenar ataques terroristas orientados por el gobierno de Estados Unidos, hoy también, como ayer, algunos “intelectuales” deciden coquetear con el diablo y atacar lo que el pueblo venezolano está dispuesto a defender hasta con su propia vida. El gran problema es que la calle del medio por la que tratan de transitar estos criticones ya no existe. Se acabaron las medias tintas, y la disyuntiva es elegir, si realmente se es de izquierda: entre la Revolución y el antiimperialismo, profundizando y ridiculizando su accionar para llegar al socialismo, o acoplarse vergonzosamente con los acólitos venezolanos de la destrucción política, económica y militar de nuestros países.
Leyendo la lista de firmantes de algunos de estos manifiestos opositores “de izquierda” duele encontrar a algunos nombres que supieron estar a la altura de las circunstancias en diferentes patriadas anticapitalistas. Solo a ellos, no a otros que nunca entendieron ni a Cuba ni a Venezuela, vale la pena pedirles que recapaciten y no sigan acercando más gasolina al fuego de la destrucción de la gesta bolivariana. No es cuestión de desentenderse del pensamiento crítico, ni mucho menos, hay diversos temas que quienes nos sentimos chavistas también debatimos sobre errores cometidos, pero con la responsabilidad de saber sobre que terreno pantanoso el Imperio ha ido instalando al proceso bolivariano. En ese sentido, es fundamental tener en cuenta una premisa que viene desde la historia de las luchas populares, se trata de que el enemigo principal quiere apoderarse de Venezuela, como antes lo hizo en Honduras, Paraguay, Brasil. Si Venezuel cae, toda la Patria Grande será afectada duramente y ya será tarde para los arrepentimientos.
Por último, constatar que todavía hay mucho pueblo y no pocos intelectuales y académicos de izquierda con mayúscula que están dispuestos a defender a Venezuela, a su gobierno y a su proceso revolucionario. Caiga quien caiga, le guste a quien le guste y cueste lo que cueste.
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