Cuántos de los más magníficos relatos de
la literatura universal inician en los cruces de fronteras. Con el paso
del tiempo, las fronteras fueron condensando los conflictos sociales,
la complejidad política y un híbrido cultural que las hacen fascinantes.
Pero cruzar en este momento la frontera que divide a Venezuela y
Colombia llevando en la mochila cierta conciencia histórica, implica
además encontrar un orificio para mirar dos guerras: la guerra contra la
Revolución Bolivariana y la guerra del Estado colombiano contra su
propio pueblo.
Una primera imagen de la Colombia de
estos tiempos se me presentó tan pronto crucé el puente: los vigilantes
privados que custodian las oficinas de migración y tratan a la
ciudadanía con la misma prepotencia de una policía nacional. Estos
organismos de vigilancia privada proliferan ahora por Colombia como
verdaderos cuerpos parapoliciales. Los grupos paramilitares parecen
haberse diluido en el propio Estado, los sicarios controlan los pueblos,
impera al respecto un silencio parecido al miedo y la pobreza del campo
contrasta con un progreso de centros comerciales y espacios públicos
llenos de luces que enceguecen en las ciudades. No hay paz en Colombia,
solo un cambio en la modalidad de la guerra.
-¿Dónde están ahora los grupos
paramilitares más “constituidos” que se veían en las ciudades de
Colombia? -pregunté a una compañera que vive en uno de los pueblos
otrora controlados por el “Cartel de Cali”.
-Pues los más duros migraron a Venezuela -me respondió-. Acá lo que queda es un montón de sicarios.
Trago grueso. En Colombia, hasta el narcotráfico perdió soberanía. Otras preguntas ansiosas interrumpen mis reflexiones.
-¿Es verdad que en Venezuela están comiendo cucarachas para sobrevivir? ¿Es verdad que Maduro es un dictador?
-Pues yo me cuido para no engordar -respondo sarcásticamente-. ¿Dónde escuchaste esas cosas sobre Venezuela?
-En RCN, en Caracol… en todas partes.
-¿Y escuchaste en RCN y Caracol que han matado más de 187 líderes y lideresas populares en Colombia este año?
-No.
-Es porque mienten sobre lo que pasa en Venezuela, del mismo modo que mienten sobre lo que pasa en Colombia.
-Ah. Y ¿por qué tantos venezolanos
cruzan la frontera cada día? ¿Por qué hay gente de Venezuela pidiendo
plata en las calles de Bucaramanga?
Satisfago las preguntas de mi
interlocutora con un análisis sobre las cifras que da el propio gobierno
colombiano y aunque ella queda satisfecha, yo quedo pensativa. Donde
hay frontera hay contrabando, donde hay controles hay negocios paralelos
pero en el Norte de Santander hay esto y más. Hay una verdadera
economía paralela, hay parapolítica y, por supuesto, hay paramilitares.
La segunda imagen es la que dibuja esa
economía paralela que se mueve en Cúcuta: a sólo 200 metros. Del puente
que marca la frontera, aparecen varias cuadras de casas de cambio que se
dedican exclusivamente a la compra y venta de bolívares y donde hay
facilidad absoluta para obtener billetes venezolanos de 100, 500 y 1000.
-Buen día. ¿A cuánto compra el bolívar?
-A cinco y medio.
-¿A cuánto lo vende?
-A seis y medio.
-¡Véndamelo a mí, señorita, yo se lo compro a ocho!
Aturdida, trato de procesar la respuesta y un millón de bolívares en billetes de mil es entregado frente a mis narices. Insisto.
-Señorita, disculpe, me explica qué quiere decir cinco y medio.
La respuesta fue una sobredosis de realidad:
-Cinco y medio es 0.055 centavos de peso.
Parpadeo, reflexiono. Mientras la semana
pasada para el Banco de la República de Colombia 1 bolívar rondaba los
300 pesos, en Cúcuta ¡1 peso equivalía alrededor de 18 bolívares!
Es que Juan Manuel Santos, el premio
Nobel, es especialista en ofrecer acciones para la paz para luego no
cumplirlas. Lo hizo con las FARC-EP, lo hizo con el Gobierno venezolano.
Ante la crisis económica que se desató en el Norte de Santander cuando
el presidente Maduro tomó la decisión soberana de cerrar la frontera en
el año 2015, el señor Santos ofreció solicitar la derogación de la
resolución externa 8 del 2000 del Banco de la República de Colombia que
permite a la mano sucia y criminal del mercado, regular -según la mítica
relación de oferta y demanda- el valor del peso colombiano ante el
bolívar, sin pasar por lo que establezca el Banco Central de Venezuela
y, peor aún, sin utilizar ningún parámetro económico.
El presidente colombiano nada hizo,
sigue vigente esa resolución que no es más que una versión colombiana
del laissez faire es decir, “haga lo que se le dé la gana”, en este
caso, con la moneda del país vecino.
Hace más de un año escribí un artículo
para explicar del modo más didáctico posible cómo opera la economía
paralela que sustentan estos operadores cambiarios, poco ha cambiado
desde entonces. Según la CEPAL, no existe explicación económica para ese
dólar paralelo ni para el precio que se da al bolívar en Cúcuta,
tampoco es Dolar Today el que fija el precio cucuteño del bolívar sino
que es ese precio el que define el valor del dólar paralelo en
Venezuela. Pero el Estado colombiano no va a derogar voluntariamente esa
resolución porque ella le permite:
-Ser la vanguardia de la guerra
económica contra Venezuela. Papel que le ha sido asignado desde el que
aún (por ahora) continúa siendo el epicentro del capitalismo mundial.
-Obtener ganancias exorbitantes del
contrabando de extracción de alimentos, combustibles y recursos mineros
desde Venezuela. De esto se benefician principalmente las mafias ligadas
a estos sectores, algunas transnacionales y Ecopetrol. Productos que
cuentan con una serie de decretos para legalizarlos en Colombia e
ingresarlos al PIB y generar fuentes de “trabajo” en las ciudades
fronterizas.
-Y por último, pero no menos importante,
esa resolución le permite legitimar capitales, es decir, lavar el
dinero proveniente del negocio de la droga que, según el último informe
de la misma DEA, ha crecido en más de un 30% este último año en
Colombia.
El Gobierno venezolano ha tomado muchas
medidas para tratar de amortiguar los efectos de esta guerra económica.
Pero la verdad es que mientras esa resolución no se derogue, todo
esfuerzo venezolano será en vano. El propio Santos, sus personeros,
economistas venezolanos de derecha y economistas venezolanos de
izquierda bastante “extraviados” para mi gusto, culpan de esta economía
paralela a los controles y nos proponen liberar el dólar para que la
“mano invisible” y ¿santa? del mercado, regule el valor de las divisas
que en un 95% produce el Estado venezolano por la exportación de
petróleo y no la empresa privada.
Un poco más coherente sería, por
ejemplo, llevar la denuncia de las afectaciones que esta resolución del
Banco de la República de Colombia está causando a la economía venezolana
ante organismos internacionales, exigir su inmediata derogación y una
reparación económica al país. Pero ahí aparecen de nuevo los que
defienden al victimario: si hay contrabando de extracción es porque hay
subsidios, si hay dólar paralelo es porque hay control cambiario y si te
violan es porque saliste a la calle vestida de un modo muy provocativo.
Seguramente, hay que admitir, por ejemplo, que hace falta algún tipo de
divisa -no tiene por qué ser el dólar-, que permita el comercio legal
entre Colombia y Venezuela. Pero es innegable que el Gobierno venezolano
tiene el derecho y el deber de proteger sus divisas y sus bienes, y
plantearse un modelo económico diferente al modelo colombiano,
excluyente y violento.
Sin embargo, Venezuela no es una isla,
está al lado de uno de los países más desiguales de América y el mayor
productor-exportador de cocaína del mundo. El narcoestado colombiano
asesina, explota y controla a su propio pueblo con múltiples aparatos
legales (como las empresas de la comunicación) e ilegales (como la droga
cuyo consumo es visiblemente mayor cada día), reprime la protesta
popular con cuerpos de seguridad tan sanguinarios como el ESMAD, y se
refuerza con cuerpos de seguridad privados, ejércitos paramilitares y
sicarios. Firma acuerdos de paz que no cumple, deja en la más absoluta
impunidad los asesinatos de quienes se atreven a disentir, instituye la
privatización de los servicios básicos y la flexibilización laboral.
Pero logra convencer a buena parte de su pueblo de que no es ahí, sino
al lado, donde hay una dictadura.
Colombia no tiene soberanía para
levantarse, pero le alcanza la condición de nación huésped de los
Estados Unidos, para ser la protagonista de la guerra económica y la
invasión paramilitar contra Venezuela.
Evidentemente, los procesos históricos
no son cuentos de hadas. No basta la voluntad para que se cumpla la
decisión soberana de Venezuela en este contexto geopolítico. La
República Bolivariana de Venezuela será lo que pueda ir construyendo en
su realidad concreta, sin perder nunca de vista los objetivos del
proyecto bolivariano que construimos con la orientación del Comandante
Chávez, es decir, sin hacer concesiones estratégicas. Pero también es
evidente que en materia económica urgen medidas que le obligarán
tácticamente a entrar en el juego del mercado internacional.
Es de esperar que eso se haga cuidando
no ser devorada ni arrastrada por su inercia. Tarea político-económica
difícil y compleja para el Gobierno venezolano, pero tarea inaplazable
en los inicios del nuevo año. Es vital encontrar medidas económicas
unilaterales que permitan solucionar el problema que estas casas de
cambio generan al país. Se cuenta para ello con el respaldo de los
poderes hegemónicos emergentes como un contrapeso que puede ser usado a
nuestro favor, no como nuevos modelos a imitar. Venezuela no debe
rendirse, ni la izquierda venezolana puede anquilosarse en purismos
antidialécticos, abstractos e idealistas. En 2018 habrá que tomar
medidas muy diferentes en materia de economía y finanzas, y por cierto,
“El Petro” es un buen indicio.
Pero en la cotidianidad, pisan la tierra
el hombre, la mujer, los niños y las niñas que hacen o no una
revolución. Cruzan ríos y cruzan fronteras. Van y vienen de San Antonio
del Táchira a Cúcuta o de cualquiera de las decenas de pueblos de esta
frontera viva en la que hoy se despliega un frente de guerra económica
contra la Revolución Bolivariana. Es ese el terreno de las grandes
decisiones. Es ahí donde el Gobierno venezolano debe recuperar la
gobernabilidad.
Finalmente, esta vez desde la frontera
del tiempo, entre el año que termina y el año que comienza, me pregunto:
si las principales víctimas del narcoestado colombiano, subordinado a
los Estados Unidos, somos dos -por un lado el pueblo colombiano en
resistencia y por el otro, el pueblo y el Gobierno venezolano que lucha
por construir su propio proyecto histórico-, qué estamos esperando para
unirnos más.
(Diario-octubre.com)
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