La ausencia de debate y crítica revolucionaria fue una de las causas que
condujo al derrumbe del campo socialista. El ideal socialista se
plantea construir nuevas formas de relaciones sociales de producción
superadoras de la desigualdad, la inequidad y enajenación propias de la
sociedad capitalista, pero también tiene la tarea histórica de
desmarcarse y superar el viejo socialismo burocrático y estalinista del
siglo pasado.
Ese modelo autoritario y antidemocrático no puede ser la referencia para la construcción del Socialismo del Siglo XXI (SSXXI). El socialismo democrático no se puede construir a nombre de una falsa dictadura del proletariado que encubrió la férrea dominación que impusieron la nomenklatura y el burocratismo. Estas castas desplazaron y sustituyeron el gobierno de las mayorías trabajadoras, impusieron prácticas totalmente alejadas de la verdadera moral revolucionaria y ahogaron cualquier posibilidad democratizadora.
El extremo de la intolerancia a la crítica lo marcó Stalin con sus brutales y despóticas prácticas, pero esta no fue solo una característica suya. La mayoría de las experiencias del SSXX, en mayor o menor medida, estuvieron signadas por la intransigencia y persecución del pensamiento crítico. El autoritarismo que marcó los procesos de la Alemania de Erich Honecker, la Rumanía de Nicolae Ceausescu, la Polonia de Jaruselski, la Hungría de Janos Kadar y la represión de la resistencia popular desde 1956, la mano dura del Mariscal Yosip Broz Tito que apeló a la más brutal represión para imponer su dominio sobre las seis Repúblicas que conformaron el Estado de Yugoeslavia, la autárquica y aislada Albania de Enver Hoxha quien se proclamó como "el último sostenedor del auténtico marxismo-leninismo", la China de Mao Zedong y los estragos de su Revolución Cultural, la dinastía del "Querido Presidente, Gran Líder y Sabio Conductor" Kim Il Sun en Corea del Norte, el sangriento Afganistan de Hazifullah Amin, la Kampuchea de Ieng Sary y su complicidad con el genocida Pol Pot en Campuchea, la Etiopía de Mengistu Haile Mariam y su Terror Rojo, etc. etc. revelan el mismo código genético del liderazgo intolerante, antidemocrático y despótico que cruzó y moldeó a todos y cada uno de esos intentos fallidos por construir el SSXX.
El talante autoritario y antidemocrático fue una característica común de todos ellos, con independencia de las contradicciones, rupturas y enfrentamientos entre los diferentes bloques pro-soviéticos, pro-chinos, pro-yugoeslavos o albaneses. Y no nos referimos solamente a hostigamiento, persecución, encarcelamiento y desaparición física de los disidentes considerados contrarrevolucionarios, sino también a la aniquilación de toda discrepancia interna y las frecuentes purgas y defenestraciones entre los propios militantes y dirigentes comprometidos con la construcción socialista.
En el SSXX prevaleció un fuerte prejuicio contra el pensamiento crítico y sus principales exponentes fueron catalogados de "disidentes", sin diferenciar entre los intelectuales serios y comprometidos con la transformación revolucionaria de la sociedad y los mercenarios del viejo régimen. El caso más emblemático fue el enfrentamiento entre Stalin y Trotski, en el que el primero impuso su odio y su talante autoritario y despótico para acabar no solo con la vida del fundador del Ejército Rojo, sino para barrer con la mayoría de la vieja dirigencia bolchevique que acompañó a Lenin en la Revolución de Octubre y ante la cual Stalin siempre padeció complejos de inferioridad y envidia, dejando recaer sobre sus víctimas toda su brutalidad.
La intolerancia a la crítica encontró un mayor caldo de cultivo en las huestes del burocratismo y la nomenklatura que, al sentirse cuestionados y quedar en evidencia su insuficiente preparación y probidad para el desempeño de las funciones de los cargo que ostentaban, reaccionaban con todo su odio para no perder los privilegios asociados a los cargos y arremetían contra sus críticos acusándolos de renegados, contrarrevolucionarios, quintacolumnas.
El socialismo es un movimiento de destrucción creativa, de construcción colectiva, dirigido siempre hacia un nivel de pensamiento superior y hacia mayores espacios de emancipación. Su construcción necesita de la libertad para ejercer la crítica revolucionaria, leal y comprometida, la cual no puede inhibirse con el argumento de ofrecer argumentos útiles al enemigo. Caer en esa manipulación es repetir la historia del SSXX que criminalizó la crítica y propició las condiciones para el afianzamiento del burocratismo y la nomenklatura. En la construcción del SSXXI se tiene que armonizar la democracia, el socialismo y la Revolución. Entre sus más importantes y sagradas banderas debe estar la defensa de la libertad, en un marco de consideración y respeto. La libertad de expresión, la libertad de culto, de organización política no puede ser considerada una amenaza para la Revolución. Repetir eso sería asfixiar el espíritu creador y, por lo tanto, impedir un verdadero desarrollo humano integral.
A nombre de la Revolución Socialista no se puede criminalizar la crítica ni conculcar los derechos civiles, políticos y económicos de los ciudadanos. La socialización y democratización del poder político, del conocimiento, de la opinión y expresión políticas son la clave de la democracia de base, de la democracia directa, participativa y protagónica. Mientras más democráticas sean las instituciones y la vida política en la construcción del SSXXI, mayores serán las defensas frente a las perversidades del burocratismo y la partidocracia.
Criminalizar la crítica sólo conduce a la muerte del espíritu innovador que se requiere estimular para encontrar las nuevas respuestas a los viejos y nuevos problemas que debe encarar toda Revolución. Una Revolución se enfrenta todos los días a urgencias que no cuentan con soluciones prefabricadas. No hay un vademécum que compile lo que se debe hacer ante cada problema. Es en estas circunstancias donde se revela la importancia del pensamiento crítico, leal y comprometido con la Revolución, la enorme utilidad de una actitud crítica que ayude a perfeccionar las fórmulas que van surgiendo al calor de un proceso de cambio que se enfrenta a la tenaz resistencia del viejo orden que pugna por imponerse y mantenerse.
Ese modelo autoritario y antidemocrático no puede ser la referencia para la construcción del Socialismo del Siglo XXI (SSXXI). El socialismo democrático no se puede construir a nombre de una falsa dictadura del proletariado que encubrió la férrea dominación que impusieron la nomenklatura y el burocratismo. Estas castas desplazaron y sustituyeron el gobierno de las mayorías trabajadoras, impusieron prácticas totalmente alejadas de la verdadera moral revolucionaria y ahogaron cualquier posibilidad democratizadora.
El extremo de la intolerancia a la crítica lo marcó Stalin con sus brutales y despóticas prácticas, pero esta no fue solo una característica suya. La mayoría de las experiencias del SSXX, en mayor o menor medida, estuvieron signadas por la intransigencia y persecución del pensamiento crítico. El autoritarismo que marcó los procesos de la Alemania de Erich Honecker, la Rumanía de Nicolae Ceausescu, la Polonia de Jaruselski, la Hungría de Janos Kadar y la represión de la resistencia popular desde 1956, la mano dura del Mariscal Yosip Broz Tito que apeló a la más brutal represión para imponer su dominio sobre las seis Repúblicas que conformaron el Estado de Yugoeslavia, la autárquica y aislada Albania de Enver Hoxha quien se proclamó como "el último sostenedor del auténtico marxismo-leninismo", la China de Mao Zedong y los estragos de su Revolución Cultural, la dinastía del "Querido Presidente, Gran Líder y Sabio Conductor" Kim Il Sun en Corea del Norte, el sangriento Afganistan de Hazifullah Amin, la Kampuchea de Ieng Sary y su complicidad con el genocida Pol Pot en Campuchea, la Etiopía de Mengistu Haile Mariam y su Terror Rojo, etc. etc. revelan el mismo código genético del liderazgo intolerante, antidemocrático y despótico que cruzó y moldeó a todos y cada uno de esos intentos fallidos por construir el SSXX.
El talante autoritario y antidemocrático fue una característica común de todos ellos, con independencia de las contradicciones, rupturas y enfrentamientos entre los diferentes bloques pro-soviéticos, pro-chinos, pro-yugoeslavos o albaneses. Y no nos referimos solamente a hostigamiento, persecución, encarcelamiento y desaparición física de los disidentes considerados contrarrevolucionarios, sino también a la aniquilación de toda discrepancia interna y las frecuentes purgas y defenestraciones entre los propios militantes y dirigentes comprometidos con la construcción socialista.
En el SSXX prevaleció un fuerte prejuicio contra el pensamiento crítico y sus principales exponentes fueron catalogados de "disidentes", sin diferenciar entre los intelectuales serios y comprometidos con la transformación revolucionaria de la sociedad y los mercenarios del viejo régimen. El caso más emblemático fue el enfrentamiento entre Stalin y Trotski, en el que el primero impuso su odio y su talante autoritario y despótico para acabar no solo con la vida del fundador del Ejército Rojo, sino para barrer con la mayoría de la vieja dirigencia bolchevique que acompañó a Lenin en la Revolución de Octubre y ante la cual Stalin siempre padeció complejos de inferioridad y envidia, dejando recaer sobre sus víctimas toda su brutalidad.
La intolerancia a la crítica encontró un mayor caldo de cultivo en las huestes del burocratismo y la nomenklatura que, al sentirse cuestionados y quedar en evidencia su insuficiente preparación y probidad para el desempeño de las funciones de los cargo que ostentaban, reaccionaban con todo su odio para no perder los privilegios asociados a los cargos y arremetían contra sus críticos acusándolos de renegados, contrarrevolucionarios, quintacolumnas.
El socialismo es un movimiento de destrucción creativa, de construcción colectiva, dirigido siempre hacia un nivel de pensamiento superior y hacia mayores espacios de emancipación. Su construcción necesita de la libertad para ejercer la crítica revolucionaria, leal y comprometida, la cual no puede inhibirse con el argumento de ofrecer argumentos útiles al enemigo. Caer en esa manipulación es repetir la historia del SSXX que criminalizó la crítica y propició las condiciones para el afianzamiento del burocratismo y la nomenklatura. En la construcción del SSXXI se tiene que armonizar la democracia, el socialismo y la Revolución. Entre sus más importantes y sagradas banderas debe estar la defensa de la libertad, en un marco de consideración y respeto. La libertad de expresión, la libertad de culto, de organización política no puede ser considerada una amenaza para la Revolución. Repetir eso sería asfixiar el espíritu creador y, por lo tanto, impedir un verdadero desarrollo humano integral.
A nombre de la Revolución Socialista no se puede criminalizar la crítica ni conculcar los derechos civiles, políticos y económicos de los ciudadanos. La socialización y democratización del poder político, del conocimiento, de la opinión y expresión políticas son la clave de la democracia de base, de la democracia directa, participativa y protagónica. Mientras más democráticas sean las instituciones y la vida política en la construcción del SSXXI, mayores serán las defensas frente a las perversidades del burocratismo y la partidocracia.
Criminalizar la crítica sólo conduce a la muerte del espíritu innovador que se requiere estimular para encontrar las nuevas respuestas a los viejos y nuevos problemas que debe encarar toda Revolución. Una Revolución se enfrenta todos los días a urgencias que no cuentan con soluciones prefabricadas. No hay un vademécum que compile lo que se debe hacer ante cada problema. Es en estas circunstancias donde se revela la importancia del pensamiento crítico, leal y comprometido con la Revolución, la enorme utilidad de una actitud crítica que ayude a perfeccionar las fórmulas que van surgiendo al calor de un proceso de cambio que se enfrenta a la tenaz resistencia del viejo orden que pugna por imponerse y mantenerse.
0 comentários: