La más reciente batalla de la guerra política y comunicacional contra el poder popular ha tenido un resultado ampliamente favorable a la reacción, es decir, que la han ganado quienes se empeñan en satanizar a la organización y al empoderamiento del pueblo.
Para mayor dolor ha sido una derrota autoinfligida: personas vinculadas a las organizaciones sociales, por un lado; y las autoridades, por el otro, le han puesto en bandeja de plata la victoria a los enemigos de este aspecto clave de la revolución. Recordando un viejísimo tema de Joe Cocker (valga la cédula caída), es algo que el gobierno hizo "con una pequeña ayuda de sus amigos".
La lucha por presentar a los colectivos revolucionarios como bandas delictivas, lucha en la que se han empeñado durante años los partidos y medios de comunicación opositores, ha tenido un notable éxito sin que esos dos factores hayan tenido necesidad de esforzarse. La actuación de uno de esos colectivos, junto a un calamitoso operativo policial han bastado para hacerle el trabajo a la derecha.
No es la primera vez que las formas emblemáticas de organización popular son demonizadas por la contrarrevolución. Basta recordar la devastadora campaña contra los Círculos Bolivarianos, la cual incluyó miles de páginas de periódicos, minutos de radio y TV y bites en plataformas digitales. Esa campaña se coronó con una de las más grandes operaciones de manipulación que se hayan realizado en la Venezuela del siglo XXI: la presentación de los hechos de Puente Llaguno como una agresión de los militantes de los círculos contra una masa de gente desarmada. El análisis posterior demostró que esas personas abrieron fuego en un vano intento de frenar un golpe de Estado del que participaban generalotes (preñados de buenas intenciones, luego se supo), jefes policiales (ahora transfigurados en beatos) y una dirigencia política, empresarial, sindical, mediática (e imperial) que se jugó allí todas sus cartas. El gobierno, que cayó en ese momento, volvió a las 47 horas, pero el daño sufrido por la institución de los Círculos Bolivarianos fue de tal magnitud que casi todos quedaron liquidados.
Esta vez, las organizaciones que han florecido con el nombre de colectivoshan sufrido un terrible impacto, casi sin participación de opositores y sin que la llamada canalla mediática se despeine. Han sido las conductas impropias de los mismos revolucionarios y las declaraciones infelices de voceros gubernamentales las que han causado daños todavía incalculables, y que no tocan solo a los colectivos sino que se extienden -he allí el objetivo estratégico de la oposición política y la mentada canalla- a toda forma de organización popular. Punto para la reacción.
(YVKE Mundial)
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