Iba a pasar desde el momento en que tenemos dos mitades del cerebro, una
lógica, secuencial, temporal, la otra intuitiva, totalizante, espacial.
En cada ser hay una inacabable guerra que nace con la conciencia y que
no extingue ni siquiera la muerte. En cada ser una tiranía del
hemisferio dominante que mantiene bajo su dictadura a un hemisferio
sojuzgado, oprimido, silenciado. Nada es la lucha de clases al lado de
la polémica de los lados del cerebro, cada uno mirando hacia una
perspectiva distinta mediante el ojo del lado opuesto del cuerpo. Al fin
se declara la contienda, que experimentamos como jaquecas
interminables. La peor guerra es la civil. Alternativamente toma el
poder una de las mitades, para ser posteriormente derrocada por otra, de
allí que una mañana amanecemos cerebrales y la siguiente poéticos, por
minutos somos intuitivos e inmediatamente deductivos, de ello dependen
transitorias alianzas que se conciertan y extinguen a la velocidad de la
idea.
Al fin en cada uno de nosotros un hemisferio destruye al otro, seres hemipléjicos nos arrastramos odiándonos según que el lado izquierdo del cuerpo arrastre al derecho o viceversa, conspirando como unirnos en bandas, cofradías, países, confederaciones diestras o siniestras. Al fin tenemos un planeta dividido en dos hemisferios, uno lógico y otro intuitivo, que rota de la noche al día, de los vendavales de la pasión a la abstracción cristalizada, cada uno acechando, odiando, planificando destruir al otro. El sentimiento y la razón batallan con proyectiles de lógica y bombardeos emocionales, contaminándose con virus silogísticos y nanomaquinarias pasionales, intimándose la rendición en lenguajes que la parte opuesta nunca comprende, sin alivio, dos mundos ininteligibles intentando la destrucción del otro que es la propia.
La batalla de la izquierda y la derecha
Qué destino nos condena a tener una mitad torpe y otra casi diestra. La misma separación de las palabras condena. Nuestra izquierda es siniestra, nuestra derecha recta, tiene siempre el derecho. y además, en francés, le droit, y en inglés, lo correcto, right. Pertenece a la diestra toda destreza; quien resalta en un arte o un oficio es un diestro. En vano la izquierda toma el poder: al juramentarse,} le piden que lo haga levantando la derecha. Ni la escritura, ni las herramientas, ni los mandos del carro, ni la mayoría de los instrumentos musicales están adaptados para la minoría de los zurdos. Hay sin embargo el misterio de que no somos zurdos cuando con la izquierda golpeamos el teclado del piano o la computadora. Quién sabe si nacemos con una orientación dextrógira o sinistrógira, o si el prejuicio social nos conmina a condenar la mitad de nuestro ser. Genios hubo ambidiestros, como Leonardo da Vinci, que con igual destreza manejaba todos sus extremos y sus extremidades.
Las conciencias bilingües
Conciencias bilingües, llamó Mario Briceño Iragorry a las que teniendo una nacionalidad pensaban con los conceptos y los intereses de otra. Irrelevante es su caso comparado con el de quienes manejan dos o más idiomas. Decía Wittgenstein que los límites del lenguaje son los de nuestro universo. Aprender otro idioma es entonces adentrarse en un mundo engañosamente parecido al nuestro. Alguna vez he señalado que en castellano casi todas las cosas tienen sexo, como la cucharilla y el cuchillo. En inglés y alemán prácticamente todo es neutro, salvo lo que en verdad tiene sexo; pero los germanos no tienen una Madre Patria, sino un Vaterland. En castellano el verbo está casi al comienzo de la oración: en el principio es el Verbo, mientras que en teutón está al final de ella: la acción sólo se decide reflexivamente después de expuestos sujetos y predicados. No sé si los políglotas hablan en una lengua y sueñan en otra; si aman en un lenguaje y odian en otro distinto. Los traductores simultáneos tienen una tasa superior al promedio de dolencias mentales: conciliar universos contradictorios puede ser puerta de la locura, el otro nombre de la omnisciencia.
Al fin en cada uno de nosotros un hemisferio destruye al otro, seres hemipléjicos nos arrastramos odiándonos según que el lado izquierdo del cuerpo arrastre al derecho o viceversa, conspirando como unirnos en bandas, cofradías, países, confederaciones diestras o siniestras. Al fin tenemos un planeta dividido en dos hemisferios, uno lógico y otro intuitivo, que rota de la noche al día, de los vendavales de la pasión a la abstracción cristalizada, cada uno acechando, odiando, planificando destruir al otro. El sentimiento y la razón batallan con proyectiles de lógica y bombardeos emocionales, contaminándose con virus silogísticos y nanomaquinarias pasionales, intimándose la rendición en lenguajes que la parte opuesta nunca comprende, sin alivio, dos mundos ininteligibles intentando la destrucción del otro que es la propia.
La batalla de la izquierda y la derecha
Qué destino nos condena a tener una mitad torpe y otra casi diestra. La misma separación de las palabras condena. Nuestra izquierda es siniestra, nuestra derecha recta, tiene siempre el derecho. y además, en francés, le droit, y en inglés, lo correcto, right. Pertenece a la diestra toda destreza; quien resalta en un arte o un oficio es un diestro. En vano la izquierda toma el poder: al juramentarse,} le piden que lo haga levantando la derecha. Ni la escritura, ni las herramientas, ni los mandos del carro, ni la mayoría de los instrumentos musicales están adaptados para la minoría de los zurdos. Hay sin embargo el misterio de que no somos zurdos cuando con la izquierda golpeamos el teclado del piano o la computadora. Quién sabe si nacemos con una orientación dextrógira o sinistrógira, o si el prejuicio social nos conmina a condenar la mitad de nuestro ser. Genios hubo ambidiestros, como Leonardo da Vinci, que con igual destreza manejaba todos sus extremos y sus extremidades.
Las conciencias bilingües
Conciencias bilingües, llamó Mario Briceño Iragorry a las que teniendo una nacionalidad pensaban con los conceptos y los intereses de otra. Irrelevante es su caso comparado con el de quienes manejan dos o más idiomas. Decía Wittgenstein que los límites del lenguaje son los de nuestro universo. Aprender otro idioma es entonces adentrarse en un mundo engañosamente parecido al nuestro. Alguna vez he señalado que en castellano casi todas las cosas tienen sexo, como la cucharilla y el cuchillo. En inglés y alemán prácticamente todo es neutro, salvo lo que en verdad tiene sexo; pero los germanos no tienen una Madre Patria, sino un Vaterland. En castellano el verbo está casi al comienzo de la oración: en el principio es el Verbo, mientras que en teutón está al final de ella: la acción sólo se decide reflexivamente después de expuestos sujetos y predicados. No sé si los políglotas hablan en una lengua y sueñan en otra; si aman en un lenguaje y odian en otro distinto. Los traductores simultáneos tienen una tasa superior al promedio de dolencias mentales: conciliar universos contradictorios puede ser puerta de la locura, el otro nombre de la omnisciencia.
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