Fernando Alexis Jiménez
Llegó mezclado con la multitud que cada día visita la Plaza de San Pedro, en ciudad del Vaticano. Lucía expectante, como tantos peregrinos. Aunque esquivaba la mirada, pasó inadvertido.
Dentro llevaba la angustia que por meses le carcomía: la carencia de empleo, el creciente volumen de deudas y facturas sin pagar, la crisis familiar que había desencadenado la escasez económica y la creciente preocupación por el futuro de sus tres hijos.
Dentro llevaba la angustia que por meses le carcomía: la carencia de empleo, el creciente volumen de deudas y facturas sin pagar, la crisis familiar que había desencadenado la escasez económica y la creciente preocupación por el futuro de sus tres hijos.
Lo que ocurrió minutos después quedó grabado en el corazón de miles de personas. El hombre, a quien las autoridades simplemente identificaron como Antonini, se bañó con gasolina y, acto seguido, se prendió fuego.
Literalmente quedó convertido en una antorcha humana que iba de un lado para otro en medio de gritos lastimeros que llegaban hasta los más profundos rincones del lugar.
"No se dejaba asistir de nadie. Queríamos ayudarle, pero era imposible acercarnos, hasta que cayó rendido por el dolor", relató un visitante que presenció el intento de suicidio.
El hombre --bastante joven, por cierto--residía en Roma. Entró en estado de coma. El fuego había causado quemaduras en la mayor parte de su cuerpo. La desesperación le llevó a encontrar la salida a sus crisis por un rumbo equivocado... Su esposa quedó viuda y sus hijos sin un padre...
Los límites de la desesperación
Cuando permitimos que un problema se salga de control, excede nuestra capacidad de razonamiento y rayamos en los límites de la desesperación. Es una situación que afecta individual y colectivamente a las personas. Un ejemplo contemporáneo lo encontramos en Rumania.
Cuando ese país enfrentó una dura depresión en el 2010 que afectó la calidad de vida de la tercera parte de sus habitantes hasta el punto que se quejaban de no poder pagar ni siquiera los productos básicos, y la desesperanza que llevó a más del 50% de los ciudadanos a considera que su vida empeoraría en los años siguientes, se disparó el número de suicidios.
El Instituto Nacional de Medicina Forense, de Rumania, reveló que la proporción de suicidios aumentó desde 2008—cuando la crisis económica comenzó a tocar fondo--, llegando a 14 por cada 100.000 habitantes en 2010. Igual ocurre hoy en muchas naciones de Europa. Los problemas llevan a hombres y mujeres a encontrar salida a sus dificultades pensando que el camino es quitarse la vida.
En diciembre de ese año, pocos días antes de Navidad, el técnico de 43 años, Adrian Sobaru, vinculado a la televisión nacional, saltó al vacío desde un balcón del parlamento rumano durante una sesión. Lo que le escucharon gritar fue: "¡Ustedes mataron nuestro futuro! ¡Ustedes quitaron el pan de las bocas de mis hijos!". El hombre percibía un ingreso mensual de 330 euros. Tenía dos hijos, uno de ellos con autismo. ¡No podía brindarle la atención médica adecuada!
En Bucarest, frente al palacio presidencia, Petre Morjan se prendió fuego. El hombre, que sobrevivió a las quemaduras, dijo a los medios de comunicación nacionales que le habían disminuido su mesada por jubilación y que sus protestas eran ignoradas. Incluso le pidieron que pagara un soborno para que le aumentaran la jubilación.
Señales de alarma por alguien desesperado
La sicóloga española, Trinidad Aparicio Pérez, asegura que las personas desesperadas pueden llegar a perder el control de sí mismas e incluso pueden llegar a causarse daño, tirándose de los pelos o dándose cabezazos; en casos extremos hay serio peligro de suicidio.
"Ante la desesperación, las personas tienden a mostrarse ansiosas, furiosas y angustiadas. Poseen la sensación de haber caído en un pozo muy profundo, donde todo es oscuridad, no consiguen ver el camino que les saque de esa situación; sin embargo, por muy justificada que esté esa sensación hay que saber actuar, saber que a pesar de todos los problemas no podemos quedarnos quietos cautivos de la tristeza y del dolor.", explica la profesional.
Identificar que una persona se encuentra en los límites de la desesperanza y que puede llegar a los extremos, se fácil. Por lo general, experimenta decaimiento acompañado de una actitud pesimista frente a la vida. En algunos casos dejan de luchar por su propia vida y por el futuro, porque consideran que la existencia no tiene sentido o que los abandonaron las fuerzas para seguir dando las batallas.
Una inclinación muy común es a huir. Se niegan a aceptar la situación y su condición depresiva, que puede empeorar las cosas, les lleva a pensar que no hay salida al laberinto.
Las preguntas más frecuentes que recibo sobre este particular es, ¿cómo ayudar a alguien en estado de desesperación? El primer paso es identificar cuál es el factor que conduce a la persona a ese estado; el segundo, acercarse a él o ella, brindándole una voz de aliento y dejándole claro que cuenta con apoyo para sobreponerse a la situación; el tercero, no contagiarnos porque seremos dos quienes terminemos viendo un panorama desolador; el cuatro, animarlo a tener confianza en Dios—en primero lugar—y en sí mismo, y el quinto lugar, identificar una serie de posibles soluciones a la condición desesperada por la que se encuentra atravesando.
Ha salida para un estado de desesperación
Cuando estamos agobiados por los problemas, pareciera que todo se nubla, las puertas se cierran y las soluciones parecen inalcanzables…
En una situación así, lo menos indicado es permitir que las circunstancias gobiernen nuestra mente y nuestro corazón. Seguramente encontraremos un panorama ensombrecido, y no se puede pensar con claridad.
¿La salida? Procurar la orientación de Dios. Luchar en nuestras fuerzas empeorará la situación. En cambio, si luchamos en las fuerzas del Señor, tenemos asegurada la victoria.
Ante la incertidumbre y la angustia, lo mejor es clamar a El en oración, confiando en lo que dicen las Escrituras: "Al pobre librará de su pobreza, Y en la aflicción despertará su oído. Asimismo te apartará de la boca de la angustia A lugar espacioso, libre de todo apuro, Y te preparará mesa llena de grosura."(Job 36:15, 16).
En las condiciones extremas, cuando consideramos que no hay salida a la encrucijada, es fundamental la oración. Hablar con Dios. Abrirle nuestro corazón, como lo describe el autor cristiano, Eduardo Cañas Estrada: "Orar es tocar el cielo. Es hablar con Dios y derramar nuestra alma ante Él con un deseo profundo de alcanzar lo que pedimos; es contarle con nuestras propias palabras lo que sentimos y sufrimos, sin acudir a un lenguaje florido, sino lleno de sinceridad. Cuando aprendemos a estar a solas con el Señor, adquirimos una profundidad espiritual y un acercamiento más pleno hacia Él. (Eduardo Cañas Estrada. "Cuando la sal pierde su sabor". Editorial AD. 1980. Pgs.15, 16)
Si asume desde hoy la determinación de permitir que el Supremo Hacedor guíe su sendero, seguramente caminará seguro y encontrará respuestas en los momentos de crisis... Puedo asegurarle que el panorama cambiará y hallará una puerta que le conduzca fuera del laberinto. ¡Dios lo hace posible!
Si asume desde hoy la determinación de permitir que el Supremo Hacedor guíe su sendero, seguramente caminará seguro y encontrará respuestas en los momentos de crisis... Puedo asegurarle que el panorama cambiará y hallará una puerta que le conduzca fuera del laberinto. ¡Dios lo hace posible!
Que no pase este día sin que haya recibido a Jesucristo en su corazón como su único y suficiente Salvador. No deje pasar esta oportunidad. Puedo asegurarle que su vida cambiará. ¿Ya lo hizo?
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