Desde los orígenes de la civilización el tema del crimen y el delito ha estado presente en las dinámicas políticas, sociales, jurídicas que buscan definir, caracterizar, prevenir y neutralizar el crimen y la violencia, generando mil formas y criterios para enfrentar dicho problema; muchos de ellos más violentos y criminales que lo que se pretendía controlar (léase desde las cacerías de brujas medievales hasta las masacres del siglo XX).
En estos tiempos, la criminalidad se ha convertido en un problema grave, con una tendencia casi inercial a constituirse en un fenómeno “naturalizado” y visto por la inmensa mayoría de la población como irreversible; una especie de costo de la vida moderna, que se globaliza en sus formas y estrategias al punto de convertirse en parte de una agenda mundial compartida, con expresiones y variables regionalizadas.
Un factor significativo que incide con marcado acento negativo en la comprensión de este fenómeno es la denominada “criminología mediática”, que hoy propicia y globaliza el neo-punitivismo surgido en los EEUU e intenta imponerse como la visión unívoca ante el tema de la criminalidad.
Siguiendo las tesis del filósofo francés René Girard, los sistemas penales, que buscan canalizar la venganza y la violencia difusa de la sociedad, necesitan que la gente crea efectivamente que el poder punitivo neutralizará al causante de sus males. Para ello, la criminología mediática (es decir, la que generan los medios de comunicación de masas) crea una realidad a partir del manejo de información, sub-información y desinformación combinadas con prejuicios, estereotipos y creencias basadas en una especie de “causalidad mágica” del delito, que conduce a identificar un “ellos” a quien endilgarle todos los males sociales: unos chivos expiatorios a conveniencia.
Mujeres, negros, gays, extranjeros, militantes políticos, indigentes, grupos étnicos y un sinfín de grupos humanos han servido a ese fin de ser el “chivo expiatorio” creado por la criminología mediática, sobre los cuales direccionar los efectos del pánico moral y la incertidumbre ante el delito que ella misma crea. Hoy, ese rol se endilga sin tapujos a los adolescentes y jóvenes de sectores populares. Así las cosas, la tarea por vencer esa visión subjetiva de la criminalidad se hace más urgente y exige una gran capacidad de análisis y comprensión política para enfrentar las perversas lógicas del poder punitivo imperante y su condicionante mediático.
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