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Las diferencias reconciliadas

Por Marcelo Barros

Conciliar diferencias es una propuesta del Consejo Mundial de Iglesias, que reúne a 349 iglesias cristianas en el camino de la unión. El Consejo quiere construir la unión a través de la aceptación de la autonomía de cada Iglesia y también del derecho de cada una a ser diferente. Convivir con la diversidad y de ella aprender es un reto no sólo para las iglesias cristianas, sino para todas las religiones y para el diálogo entre culturas. Por eso, la ONU consagra el 16 de noviembre como el Día Internacional de la Tolerancia. Propone que, en esa semana, en todos los países, se hagan esfuerzos para el diálogo y el entendimiento entre los diferentes grupos y culturas. De hecho, el mundo actual es cada vez más complejo y plural.


Las facilidades de comunicación, la internet y las migraciones hacen que tengamos cada vez más que convivir en la misma ciudad con diversas culturas y religiones. Sin embargo, las sociedades tienden siempre más a la intolerancia. Se habla de “tolerancia-cero” frente a la corrupción, a la violencia provocada por el narcotráfico y a los crimines contra la dignidad de las personas. Eso es bueno, pero, desde ese pretexto, se cierran los ojos frente a la violencia contra los pobres y crecen los prejuicios contra extranjeros pobres y migrantes.
La ley puede impedir la discriminación y la injusticia, pero no puede obligar a nadie a amar lo diferente y a valorar una cultura que no es la suya. Para la convivencia intercultural y religiosa, no basta tolerar. Muchas veces, se tolera lo que no se puede evitar. La ONU utiliza el término tolerancia en el sentido positivo de una aceptación respetuosa del otro. Las tradiciones espirituales comprometidas con el diálogo hacen de ese camino una opción espiritual. No se trata solo de respectar el otro. Eso es importante.
Tampoco basta reconocer el valor espiritual y religioso de su tradición. Eso es necesario. Para las personas y grupos comprometidos en ese camino, se pide más. Se trata de buscar lo que Dios me dice a mí y a mi Iglesia desde la revelación que hizo de si mismo a la otra tradición o religión. Cada iglesia cristiana, cualquiera que sea su nombre, está llamada a ser verdaderamente universal, eso es, abierta a todo lo que es humano. Esa actitud testimonia a los demás el amor divino. Dios es Dios de la vida y no de esa o aquella religión. El Evangelio de Jesucristo afirma: “Muchos (de otras culturas y religiones) vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios, mientras que los que se consideran de dentro, quedarán fuera” (Mt 8, 11).
irmarcelobarros@uol.com.br

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