Marzo 11 de 2013.-Ayer, jueves, viajamos en un tiempo inaudito, quizás inverosímil, a prisa, no era un día normal, aunque radiante, caminábamos con la angustia en el pecho, queríamos ver al Comandante, llegar a esa cita, a ese momento, sin embargo, no éramos los únicos, al llegar al subterráneo, miles de personas se zambullían por las distintas entradas y bajadas de la estación de Plaza Venezuela en dirección a El Valle, al igual que nosotros, todos iban con la misma intención, queríamos verlo, decirle o callar cuanto le queríamos y qué falta nos haría, cosas, porque sólo él nos entendía, percibía nuestras angustias…
Una marea humana incontenible, espontánea, que sin coordinación ninguna, se organizaba y cantaba y se entendían con las lágrimas y cantos que señalan una generación, como el de aquella famosa mexicana, Sonia López, pero con la lírica transformada en canto revolucionario para honrar al nieto de Maisanta, al Hugo que se inmortaliza en los sollozos, en las miradas de la pena infinita . Todos allí apretujados, unidos por el roce, el sudor que no molesta, codazos y pisotones que no duelen, porque somos más iguales que nunca, sentimos la misma pena, una pena que no tiene límites, ni fronteras, que sale de aquí, pasa por Buenos Aires, atraviesa por Filipinas, se remonta a Palestina, Madrid y viaja a la velocidad de los pensamientos para regresar por La Habana y encontrarse de nuevo en estos vagones atestados de seres que llevan una sola Misión, "la Misión del Amor a Chávez".
Es tiempo de dolor, pero también, es de observar que hay un hilo invisible y fuerte que nos une con fuerza inexpugnable y ese es el legado del indomable de Sabaneta. Cuando Chávez dijo, "ya yo no soy yo", se refería a esto que vivimos en estos vagones, él dejó esa semilla que se levanta en nuestra voluntad indómita, porque él se entregó a nosotros, para vivir dentro de nosotros…
Y más allá del Metro, la ciudad se va tiñendo de bermellón, y se desparrama por el mapa nacional la eclosión del amor, con orgullo, hacia Chávez, un amor que crece inconmensurable y se agiganta a la vertiginosidad de la luz por los continentes del mundo.
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