Hugo Chávez encarna una mitología, reivindica la justicia, la plena libertad de oportunidades para los venezolanos
Aquel joven barinés llevaba en su alma la pasión por la política, su
abuela vivió en el canto de edades preteridas de Venezuela. El tiempo
había quedado acurrucado en el silencio de héroes que pasaron por
aquellos caseríos del campo venezolano. El miedo no había terminado de
eclipsarse en aquellas vidas. En la existencia del barinés seguía
pernoctando la miseria, la justicia era un sueño de redención que no lo
abandonará jamás.
Ezequiel Zamora General de hombres libres pasó como una ráfaga
libertaria y el pasto incendiado se chamuscó, los pueblos alzaron su voz
en una guerra que fue de resentimiento. La exclusión produjo en los
hombres del campo la necesidad de entonar himnos redentores. Los
venezolanos reclamaban el derecho a las tierras, a tener acceso a la
salud.
Zamora ha sido vilipendiado y calumniado por la historiografía
nacional, sin embargo el brío no había partido de los cuerpos de la
gente humilde. Rosa Inés Chávez había susurrado en los oídos de su nieto
Hugo Rafael, que era aún posible encontrar el sendero para tener una
vida digna, de esa idea partió aquel niño proveniente de una humilde
familia de Barinas. Los valores de su niñez eran los de la asistencia
recíproca, amaba el compañerismo y ensoñaba lares remotos que lo
esperaban.
Maisanta, el bisabuelo de Chávez encontró en los caminos su escuela de
vida, hombre arrojado, defensor de causas perdidas, apenas asomado el
primer bocio se enroló en la montonera que pasó azuzando las viejas
heridas de los que habían sido vencidos. La historia no quedaría allí,
en el tumulto de los años fue tomado como emblema por el joven Hugo
Chávez Frías, marchó tras sus huellas, guardó sus retratos, buscó sus
ascendientes recuperó el escapulario de la Virgen del Socorro que
colgaba en el pecho de su bisabuelo, supo que aquella vida no había
pasado en vano. Apenas comenzaba una lucha perenne cuyo ideal era el
pueblo. Sus inspiradores directos los conoció de boca de su abuela.
El Americano como llamaban a Maisanta recorrió la pradera, murió en el
Castillo de Puerto Cabello con las vísceras trituradas por el vidrio
molido, rindió su vida en busca de otro país, luchó contra la
oligarquía, sabía que aquel mundo que le tocaba vivir era fétido. Muy
joven, a los doce años saldó una afrenta de honor, matando al coronel
Pedro Macías por haber deshonrado a su hermana. Los venezolanos morían
del tifus, de la disentería, de la viruela y de la malaria. Sin embargo
en el llano desde la independencia había quedado en la piel de los
hombres el fragor de la guerra.
Hugo Chávez sabía del odio que la oligarquía tenía por Zamora y
Maisanta. José León Tapia nos ha contado a los venezolanos la extraña
desaparición del busto de Zamora en Barinas, unas manos inescrupulosas
habían removido su talla de la plaza. Esa oligarquía seguía temiendo que
ardieran de nuevo las chamizas. En Hugo Chávez siempre ha estado fresco
el ideario de Bolívar, Zamora y de Simón Rodríguez.
Desde muy joven comprendió que el único camino que le quedaba a los
venezolanos era el de la rebelión. Para Chávez la experiencia de la
guerrilla de los sesenta es un indicador de lo que es capaz de hacer la
burguesía nacional cipaya de las grandes transnacionales del norte. La
derrota de aquellos años parecía haber sepultado hasta la eternidad las
reivindicaciones que reclamaban las clases populares.
Con relación a los militares de Venezuela y América, Hugo Chávez empezó
a leer la realidad con otras claves. No se trataba de reprimir, de
apuntar los fusiles hacia el pueblo como se había hecho el 27 y 28 de
febrero, sino de convocar a la disidencia. Los militares del 4 de
febrero representaban la dignidad con respecto a la Cuarta República.
En Venezuela había corrido mucha sangre. El hilo común de nuestra
historia es la violencia. Los viejos símbolos y estandartes habían sido
enterrados y mancillados por la oligarquía venezolana. Aquel hombre
extraordinario que fue Páez terminó siendo un hacendado muy rico que
olvidó sus luchas primigenias por la justicia. Los ideales de la
ilustración que rozaron su piel y dirigieron sus batallas se eclipsaron.
La Venezuela poscolonial enfrentó a pueblo y oligarquía. Esos días
siniestros de guerras civiles continuaron en su expresión con Cipriano
Castro y Juan Vicente Gómez.
Castro se opone a la bota imperial, en aquella Venezuela atrasada
levanta su voz ante el bloqueo que sufrió nuestro país.Los imperios
europeos pretendían anexarse Venezuela, la excusa, la insolvencia de
nuestro país con respecto al pago de las deudas contraídas. La Guaira y
Puerto Cabello fueron bloqueados. La actitud nacionalista y de defensa
del país del presidente Cipriano Castro lo marcaron ante el
imperialismo.
Aquella historia llena de heroísmos y de entrega fue tenida muy en
cuenta por Hugo Chávez y los militares del 4 de febrero. No se trataba
del simple putsch militar como se habían repetido tantos otros en
América Latina, se asistía a una insurrección con hondos fundamentos
nacionalistas. Las viejas fórmulas gomecistas de Laureano Vallenilla
Lanz no servían para nada.
La persecución y las cárceles que ofrecieron la dictadura de Pérez
Jiménez y luego la democracia chucuta de Acción Democrática y Copei no
representaban el camino de justicia que se anhelaba. Aquella memoria de
redención había sido levantada para enseñarle al mundo que existía una
vía nacional tolerante que era portadora del ideario de la alianza
cívico-militar.
Hugo Chávez sabía de aquellas horas lúgubres que vivió la juventud de
los años sesenta. La intolerancia llevó a hombres como Betancourt, Leoni
y Rafael Caldera a bombardear ciudades y a exterminar la disidencia. El
país lucía encrespado, las viejas llagas no cicatrizaban todavía. En un
experimento infernal se trató de deformar nuestra cultura. Se sembró en
el alma de los venezolanos el endorracismo y el complejo de
inferioridad con respecto a lo foráneo. Las elites de la derecha
apostaban al desarrollismo y al tecnicismo.
Hugo Chávez nace de aquella Venezuela irreconciliable, se asume como
redentor. Con la insurrección armada que comandó lo arriesga todo, su
familia, su carrera militar y la vida. En sus días de encierro en Yare
entendió que el país necesitaba reacomodarse, había que reactivar las
fuerzas de cambio. El país no podía seguir viviendo en la impunidad, en
el ladronismo. Las viejas voces irredentas de nuestra historia debían
tomar la palabra.
El 4 de febrero y el 27 de noviembre fustigan al imperio, señalan a los
venezolanos que no es sano, ni lícito seguir envileciéndose en las
represiones, luchan las fuerzas activas y reactivas. El ideal del
desarrollismo llega a su fin. Las masas comienzan a recibir una nueva
manera de hacer política y esta no es otra que la maduración de la
conciencia política e histórica.
Chávez sabe que el 27 de febrero había sido un genocidio. Los saqueos
se producen por el reclamo que hace un pueblo que se muere de hambre a
una democracia mendaz. El paquetazo de Miguelito Rodríguez hipotecaba el
país ante las transnacionales. El populismo se había acabado. Carlos
Andrés consideró que la represión iba a ser suficiente para calmar la
alucinación de un pueblo que reclamaba sus derechos, se le había acabado
la demagogia.
Hugo Chávez encarna una mitología, reivindica la justicia, la plena
libertad de oportunidades para los venezolanos. La gente siente que ha
sido saqueada, engañada, traicionada. Las riquezas han sido mal
distribuidas, el neoliberalismo ha tomado en sus fauces a aquellos que
un día confiaron en la democracia. Las masas adecas y copeyanas fueron
burladas, quedaron sin tierra, sin viviendas. Se impuso la cultura del
petróleo, el individualismo y la muerte. Los pobres venían en su mayoría
de los estratos sociales que habían sido vencidos en los ideales de la
democracia demagógica.
La honda huella de la Revolución está adobada de un ideal político
moderno universal y particular. En lo cultural la revolución reivindica
lo genuino, las viejas danzas reaparecen. Las figuras mitológicas: María
Lionza, el Negro Miguel, Bolívar, habitan nuestra cotidianidad. Los
hombres saben que cuentan con la brujería, con lo mágico. Aquellas masas
han aprendido que tienen derechos, que la riqueza del subsuelo de su
país les pertenece.
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