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Hugo Chávez, aquel joven barinés

Martes, 12 de Marzo de 2013 07:54

Hugo Chávez encarna una mitología, reivindica la justicia, la plena libertad de oportunidades para los venezolanos        
 
Aquel joven barinés llevaba en su alma la pasión por la política, su abuela vivió en el canto de edades preteridas de Venezuela. El tiempo había quedado acurrucado en el silencio de héroes que pasaron por aquellos caseríos del campo venezolano. El miedo no había terminado de eclipsarse en aquellas vidas. En la existencia del barinés seguía pernoctando la miseria, la justicia era un sueño de redención que no lo abandonará jamás.
 

Ezequiel Zamora General de hombres libres pasó como una ráfaga libertaria y el pasto incendiado se chamuscó, los pueblos alzaron su voz en una guerra que fue de resentimiento. La exclusión produjo en los hombres del campo la necesidad de entonar himnos redentores. Los venezolanos reclamaban el derecho a las tierras, a tener acceso a la salud.
 
Zamora ha sido vilipendiado y calumniado por la historiografía nacional, sin embargo el brío no había partido de los cuerpos de la gente humilde. Rosa Inés Chávez había susurrado en los oídos de su nieto Hugo Rafael, que era aún posible encontrar el sendero para tener una vida digna, de esa idea partió aquel niño proveniente de una humilde familia de Barinas. Los valores de su niñez eran los de la asistencia recíproca, amaba el compañerismo y ensoñaba lares remotos que lo esperaban.
 
Maisanta, el bisabuelo de Chávez encontró en los caminos su escuela de vida, hombre arrojado, defensor de causas perdidas, apenas asomado el primer bocio se enroló en la montonera que pasó azuzando las viejas heridas de los que habían sido vencidos. La historia no quedaría allí, en el tumulto de los años fue tomado como emblema por el joven Hugo Chávez Frías, marchó tras sus huellas, guardó sus retratos, buscó sus ascendientes recuperó el escapulario de la Virgen del Socorro que colgaba en el pecho de su bisabuelo, supo que aquella vida no había pasado en vano. Apenas comenzaba una lucha perenne cuyo ideal era el pueblo. Sus inspiradores directos los conoció de boca de su abuela.
 
El Americano como llamaban a Maisanta recorrió la pradera, murió en el Castillo de Puerto Cabello con las vísceras trituradas por el vidrio molido, rindió su vida en busca de otro país, luchó contra la oligarquía, sabía que aquel mundo que le tocaba vivir era fétido. Muy joven, a los doce años saldó una afrenta de honor, matando al coronel Pedro Macías por haber deshonrado a su hermana. Los venezolanos morían del tifus, de la disentería, de la viruela y de la malaria. Sin embargo en el llano desde la independencia había quedado en la piel de los hombres el fragor de la guerra.
 
Hugo Chávez sabía del odio que la oligarquía tenía por Zamora y Maisanta. José León Tapia nos ha contado a los venezolanos la extraña desaparición del busto de Zamora en Barinas, unas manos inescrupulosas habían removido su talla de la plaza. Esa oligarquía seguía temiendo que ardieran de nuevo las chamizas. En Hugo Chávez siempre ha estado fresco el ideario de Bolívar, Zamora y de Simón Rodríguez.
 
Desde muy joven comprendió que el único camino que le quedaba a los venezolanos era el de la rebelión. Para Chávez la experiencia de la guerrilla de los sesenta es un indicador de lo que es capaz de hacer la burguesía nacional cipaya de las grandes transnacionales del norte. La derrota de aquellos años parecía haber sepultado hasta la eternidad las reivindicaciones que reclamaban las clases populares.
 
Con relación a los militares de Venezuela y América, Hugo Chávez empezó a leer la realidad con otras claves. No se trataba de reprimir, de apuntar los fusiles hacia el pueblo como se había hecho el 27 y 28 de febrero, sino de convocar a la disidencia. Los militares del 4 de febrero representaban la dignidad con respecto a la Cuarta República.
 
En Venezuela había corrido mucha sangre. El hilo común de nuestra historia es la violencia. Los viejos símbolos y estandartes habían sido enterrados y mancillados por la oligarquía venezolana. Aquel hombre extraordinario que fue Páez terminó siendo un hacendado muy rico que olvidó sus luchas primigenias por la justicia. Los ideales de la ilustración que rozaron su piel y dirigieron sus batallas se eclipsaron. La Venezuela poscolonial enfrentó a pueblo y oligarquía. Esos días siniestros de guerras civiles continuaron en su expresión con Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez.
 
Castro se opone a la bota imperial, en aquella Venezuela atrasada levanta su voz ante el bloqueo que sufrió nuestro país.Los imperios europeos pretendían anexarse Venezuela, la excusa, la insolvencia de nuestro país con respecto al pago de las deudas contraídas. La Guaira y Puerto Cabello fueron bloqueados. La actitud nacionalista y de defensa del país del presidente Cipriano Castro lo marcaron ante el imperialismo.
 
Aquella historia llena de heroísmos y de entrega fue tenida muy en cuenta por Hugo Chávez y los militares del 4 de febrero. No se trataba del simple putsch militar como se habían repetido tantos otros en América Latina, se asistía a una insurrección con hondos fundamentos nacionalistas. Las viejas fórmulas gomecistas de Laureano Vallenilla Lanz no servían para nada.
 
La persecución y las cárceles que ofrecieron la dictadura de Pérez Jiménez y luego la democracia chucuta de Acción Democrática y Copei no representaban el camino de justicia que se anhelaba. Aquella memoria de redención había sido levantada para enseñarle al mundo que existía una vía nacional tolerante que era portadora del ideario de la alianza cívico-militar.
 
Hugo Chávez sabía de aquellas horas lúgubres que vivió la juventud de los años sesenta. La intolerancia llevó a hombres como Betancourt, Leoni y Rafael Caldera a bombardear ciudades y a exterminar la disidencia. El país lucía encrespado, las viejas llagas no cicatrizaban todavía. En un experimento infernal se trató de deformar nuestra cultura. Se sembró en el alma de los venezolanos el endorracismo y el complejo de inferioridad con respecto a lo foráneo. Las elites de la derecha apostaban al desarrollismo y al tecnicismo.
 
Hugo Chávez nace de aquella Venezuela irreconciliable, se asume como redentor. Con la insurrección armada que comandó lo arriesga todo, su familia, su carrera militar y la vida. En sus días de encierro en Yare entendió que el país necesitaba reacomodarse, había que reactivar las fuerzas de cambio. El país no podía seguir viviendo en la impunidad, en el ladronismo. Las viejas voces irredentas de nuestra historia debían tomar la palabra.
 
El 4 de febrero y el 27 de noviembre fustigan al imperio, señalan a los venezolanos que no es sano, ni lícito seguir envileciéndose en las represiones, luchan las fuerzas activas y reactivas. El ideal del desarrollismo llega a su fin. Las masas comienzan a recibir una nueva manera de hacer política y esta no es otra que la maduración de la conciencia política e histórica.
 
Chávez sabe que el 27 de febrero había sido un genocidio. Los saqueos se producen por el reclamo que hace un pueblo que se muere de hambre a una democracia mendaz. El paquetazo de Miguelito Rodríguez hipotecaba el país ante las transnacionales. El populismo se había acabado. Carlos Andrés consideró que la represión iba a ser suficiente para calmar la alucinación de un pueblo que reclamaba sus derechos, se le había acabado la demagogia.
 
Hugo Chávez encarna una mitología, reivindica la justicia, la plena libertad de oportunidades para los venezolanos. La gente siente que ha sido saqueada, engañada, traicionada. Las riquezas han sido mal distribuidas, el neoliberalismo ha tomado en sus fauces a aquellos que un día confiaron en la democracia. Las masas adecas y copeyanas fueron burladas, quedaron sin tierra, sin viviendas. Se impuso la cultura del petróleo, el individualismo y la muerte. Los pobres venían en su mayoría de los estratos sociales que habían sido vencidos en los ideales de la democracia demagógica.
 
La honda huella de la Revolución está adobada de un ideal político moderno universal y particular. En lo cultural la revolución reivindica lo genuino, las viejas danzas reaparecen. Las figuras mitológicas: María Lionza, el Negro Miguel, Bolívar, habitan nuestra cotidianidad. Los hombres saben que cuentan con la brujería, con lo mágico. Aquellas masas han aprendido que tienen derechos, que la riqueza del subsuelo de su país les pertenece.

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