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Los grandes riesgos de inducir el parto sin que haya necesidad


(Foto. Archivo)
Contexto
Parece que se ha puesto de moda programar los partos y no siempre por razones médicas que lo justifiquen, una práctica cada vez más normalizada y que tiene algunos riesgos que muchas mujeres desconocen.
Cada día es más normal leer o escuchar que mujeres han decidido junto a su médico programarse un parto, esto es, inducirlo.
Y no siempre es por motivos médicos. A veces es por cuestiones de agenda del médico o de los propios padres (para que el padre esté presente en el parto, por ejemplo).
Sobre esto hay una gran discusión porque no son motivos de peso suficiente, médicamente hablando, lo que genera una controversia. Según Ibone Olza, doctora en Medicina y especialista en Psiquiatría infantil y perinatal, investigadora en neurociencia perinatal y profesora asociada de la Facultad de Medicina de la Universidad de Alcalá, en España, lo peor es que corremos el riesgo de que se normalice la idea de que los partos pueden ser programados y que no pasa nada.
—¿Por qué razones es legítimo, desde el punto de vista médico, programar un parto?
Cuando hay peligro para la salud de la madre o del bebé si continua el embarazo, como sucede en algunas complicaciones médicas del embarazo, como la hipertensión y preeclampsia, enfermedades maternas graves, la rotura prematura de la bolsa o la infección de las membranas (corioamnionitis). También cuando se ve que el bebé no crece por culpa de problemas graves en la placenta o de incompatibilidad con la sangre materna.
En los embarazos prolongados, más allá de la semana 42, parece que hay evidencia de que es preferible inducir, aunque sigue siendo un tema controvertido. Igualmente cuando el bebé ha fallecido en el útero se suele optar por inducir. En los dos últimos casos, al igual que cuando se rompe la bolsa en un embarazo a término, hay discrepancia sobre cuanto se puede esperar sin inducir si la madre está bien.
En cualquier caso es importante recordar que sólo habría que inducir un 10% de los partos y sin embargo en nuestro país las cifras son el doble o incluso el triple en la sanidad privada: un escándalo.
— ¿Qué pasa cuando se programa el parto y se induce con la oxitocina sintética? ¿Qué le pasa la madre y al bebé cuando todo esto se pone en marcha?
Parece que el parto lo desencadena el bebé cuando está listo para nacer y conlleva un delicado mecanismo neurohormonal que sólo ahora empezamos a conocer.
No sólo se contrae el útero, se abre el cérvix y desciende la cabecita por el canal del parto, también suceden infinidad de procesos en el cerebro de la madre y en el del bebé que preparan a ambos para ese primer encuentro, y para que la lactancia y la crianza sean experiencias fáciles y gozosas. Inducir el parto conlleva alterar esos procesos neurohormonales con consecuencias a corto y a largo plazo: nada va a ser igual.
Se puede inducir de diversas maneras, la oxitocina sintética, por ejemplo, puede hacer que las madres luego tengan niveles más bajos de su propia oxitocina (lo que se ha asociado con un aumento del riesgo de depresión posparto) o que sea más difícil iniciar y mantener la lactancia. De forma inmediata la inducción aumenta sobre todo el riesgo de que haya que hacer una cesárea o extraer al bebé de forma instrumental, ya que el parto no suele progresar tan eficazmente como cuando se inicia de forma natural.
Además, las contracciones producidas por la oxitocina artificial suelen ser mucho más dolorosas, entre otras cosas porque el cerebro no produce las endorfinas o calmantes naturales que si se liberan en el parto natural, así que con la inducción la epidural suele ser inevitable. Las consecuencias a largo plazo están mucho menos estudiadas, lamentablemente, lo que no quiere decir que no las haya. En algunos experimentos con mamíferos se ha comprobado cómo algunas consecuencias de la manipulación neurohormonal en el parto se manifiestan solo al llegar a la edad adulta.
— ¿Qué consecuencias para la madre tiene a nivel físico y psicológico?
Desde el punto de vista físico la inducción suele conllevar -aunque es evitable- que a la mujer se le monitorice, que se restrinja su libertad de movimientos, que se le explore muchas más veces lo que a su vez aumenta el riesgo de infección y de que el bebé tenga que estar ingresado en neonatología. También aumenta el riesgo de que el parto sea instrumental, lo que casi siempre conlleva una episiotomía o corte en la vagina, o de que termine en cesárea (que tiene un riesgo de muerte materna de cuatro a seis veces mayor que el parto vaginal) o de que haya una contracción mantenida del útero o una hemorragia materna grave.
Desde el punto de vista psíquico se sabe menos, pero el parto complicado aumenta el riesgo de tener un trastorno de estrés postraumático tras el parto, lo que conlleva un alto sufrimiento y muchas veces la decisión de no tener más hijos o incluso enormes dificultades para retomar la vida sexual tras el parto. El parto es un momento de máxima vulnerabilidad psíquica para las mujeres y lo que ahí suceda queda profundamente grabado para siempre precisamente por ese delicado escenario neurohormonal.
— ¿Qué consecuencias para el bebé tiene a nivel físico y psicológico?
En un parto inducido es más alto el riesgo de parto instrumental y de infección, es decir, es más probable que el bebé tenga una infección tras el parto o sufra por unos fórceps o por maniobras que se siguen haciendo pese a las recomendaciones internacionales como el Kristeller (cuando los sanitarios presionan con fuerza la barriga para que salga el bebé).
Desde el punto de vista psicológico, ya hay evidencia de que la inducción de parto aumenta el riesgo de que el bebé tenga un trastorno del espectro autista, probablemente debido a la oxitocina sintética. Y según en qué semana se produzca la inducción, puede aumentar el riesgo de otros trastornos del aprendizaje, que normalmente solo se detectan al llegar a primaria, cuando ya nadie los relaciona con lo que sucedió en el parto. A eso hay que añadir las secuelas de por ejemplo pasar las primeras horas de vida separado de la madre, de que se dificulte la lactancia materna o de estar ingresado en neonatología, experiencias todas ellas que pueden afectar mucho al desarrollo del vínculo y a la salud mental de por vida.
— ¿Qué papel desempeña el obstetra aquí cuando unos padres le plantean que quieren programar el parto para tal día por una cuestión de agenda?
Pues va en contra del PRIMUM NON NOCCERE, o principio de no hacer daño que debería ser la base de toda atención médica. Inducir por razones ajenas a la salud del bebé o de la madre significa poner en peligro la vida de ambos, es una mala praxis. Por desgracia he conocido a mujeres que perdieron el útero por una hemorragia masiva tras una inducción por agenda en una clínica privada, sin ir más lejos.
Creo que la información es clave en estos casos, y que si vuestro médico (especialmente en la sanidad privada) os propone una inducción por motivos dudosos (como que el bebé viene muy grande o que hay una vuelta de cordón o que queda poco líquido) es importantísimo pedir una segunda o incluso una tercera opinión a otros obstetras, e informarse sobre la tasa de cesáreas e inducciones que tiene ese médico, y más si la inducción se propone en fechas sospechosas (vísperas de Navidades, puentes, vacaciones etc).
— ¿Por qué hemos olvidado las mujeres que parir es un acto fisiológico que, si todo va bien y no se presentan complicaciones, no es necesaria la intervención médica?
La medicalización de la vida nos afecta desde la infancia, y especialmente a las mujeres que crecemos escuchando lo imperfectos que son nuestros cuerpos y nuestros ciclos: la regla es algo que hay que ocultar y en los anuncios de compresas la sangre es un líquido ¡azul! Nunca estamos suficientemente delgadas, jóvenes o guapas, los pelos hay que quitarlos y los pechos tienen que ser operados... Es normal que crezcamos con la confianza en nuestro cuerpo muy mermada.
En lo referente al parto venimos de madres que a su vez dieron a luz en los hospitales en años en los que el parto se medicalizó muchísimo y encima sin epidural, así que el recuerdo más extendido es el del parto como una pesadilla que hay que evitar o anestesiar, hemos escuchando historias de terror… Y eso lo llevamos en la memoria celular, muchas nacieron con sus madres anestesiadas, fueron llevadas al nido nada más nacer y no recibieron ni una gota de leche materna, toda esa memoria está en el cuerpo y también dificulta el parto y la lactancia treinta o cuarenta años más tarde. No hemos escuchado apenas que el parto puede ser una experiencia gozosa, un acto de empoderamiento y que parar parir bien se necesita lo mismo que para hacer el amor bien: intimidad, seguridad, tranquilidad, confianza y mucho respeto a los propios ritmos…

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