Roberto Izaguirre “Robin” es el Diablo Mayor de la Cofradía de Naiguatá y es quien da inicio a la danzada, una persona humilde y sencilla que desde niño se inició en dicha cofradía (debido a un padecimiento de asma del que sufria) y que a lo largo de muchas generaciones ha podido transmitir esta forma de expresión cultural afianzada profundamente en la religiosidad de su pueblo.
Roberto es vivo ejemplo de constancia por el trabajo que ha desarrollado en beneficio de las tradiciones populares venezolanas y por fortalecer la actividad cultural en el Estado, a sus 75 años es fiel creyente y el viejo sabio de la parroquia al que siempre buscan para curar el mal de ojo, la culebrilla y alejar a algún espíritu maligno. Siempre anda con una agradable sonrisa y encantado de contar historias…«al principio cuando era pequeño mi mamá me asustaba mucho con los diablos, me decía: pórtate bien porque si no el mal te va a salir… y yo me metía debajo de la cama a esperar que ella se fuera y después salía corriendo.
Recuerdo que entre las costumbres de antes cuando yo era pequeño, estaba el amarrarse un pañuelito blanco con una locha y eso era la ofrenda que se le hacía al santísimo, entonces uno recogía entre las señoras que conocía pedacitos de tela para salir a bailar, se lo daba a la gente para que te dieran una locha ó un centavo y uno gozaba un puyero.
A medida que fui creciendo y veía bailar a los diablos buscaba cajas de cartón, les hacia los ojos, las pintaba a mi gusto, me las amarrába con hojas de plátano y así también yo era un diablo. Ya adulto entendí que la fe en Dios, el arte y las costumbres culturales se entremezclan en esta tradición entre bailes, danzas y rituales.
Los diablos se bailan realmente es para cumplir una promesa, tradición que viene de parte de los pescadores y campesinos de la época quienes lo hacían para curarse de alguna enfermedad, por sus animales, por la siembra, por el conuco y por la pesca para que fuera abundante.
Según testimonios recogidos de mis ancestros Los Diablos Danzantes de Naiguatá se originaron en el año 1672, siendo más viejos que la misma Parroquia de Naiguatá. Las personas que hacían sus promesas salían dos días: el Miércoles que era la víspera y el Jueves que era el día del cuerpo de Dios vivo, en aquella época no eran tantos diablos como ahora eran sólo 4 ó 5 y venían del pueblo arriba donde la iglesia era un ranchito y la campana la consiguieron en la Guaira y allí era donde se bailaba, después a través de los tiempos que fue creciendo el lugar, fue incrementándose la cantidad de danzantes.
Ahora bien para hablar de mi, hay que hablar de Ciriaco Iriarte conocido como “el canta bonito”, quien es el que crea la Sociedad Diablos Danzantes de Naiguatá y que como fiel devoto promesante del Santísimo llegó hacer Diablo Mayor por muchos años junto con Pablo y Raimundo López familias mías y ha sido mi motivación todo este tiempo.
Una de las historias que más recuerdo fue que en el año de 1917 en el mando de Juan Vicente Gómez, Ciriaco y un grupo de hombres cayeron presos porque los estaban involucrando con la muerte de un hermano de Gómez, los detu-vieron para interrogarlos y a medida que ésto sucedía los iban matando.
Contaba que él se empezó a encomendar al Santísimo y a pedirle que lo sacara de allí pues no tenía nada que ver en eso y a los días se le dá el milagro siendo llamado a la sala de visitas y un militar de la época encargado le dice: Ciriaco ¿usted conoce a esta señora?, según era una señora alta, vestida por completo de negro, un sombrero grande con un antifaz en la cara y una cartera, y ésta le preguntó: ¿usted es el señor Ciriaco Iriarte? y él le respondió que sí… a lo que ella le contestó: bueno recoja su ropita y sus cositas que usted va a salir ahora más tardecita.
Ciriaco dijo que él no le vió ni los dientes ni la boca mientras la señora le hablaba y quedó sorprendido cuando ese mismo día lo dejaron en libertad. Nunca conoció a esa misteriosa mujer y siempre aseguró que fue el Santísimo que se la envió para ayudarlo a salir de allí.
Habló con su amigo Raimundo López le contó lo acontecido y le pidió a éste que le hiciera una gran máscara porque él iba a comenzar a bailar los diablos desde ese año 1918 para pagar su promesa hasta el fin de sus días. Una gran prueba de fe para todos.
Aquí en la parroquia todos me conocen como “Robin” y yo empecé como danzante en el año 1954, tenía como 11 o 12 años de edad, antes eran hombres solamente los que bailaban pero a partir del año 1970 se empezaron a aceptar mujeres que también cumplen sus promesas.
Actualmente hoy hay reunidos gran cantidad de diablos entre hombres y mujeres; la gran mayoría baila el propio día del Corpus Cristi.
Acá danzan policías, militares, ministros, médicos entre muchas otras personas para cumplir promesas por ser devotos y si piden permiso para ese día se lo tienen que respetar porque si no a los jefes les pasa algo; todos los que ofrecen bailar tienen que cumplir como sea su promesa.
Antes de empezar la ceremonia siempre me cruzo, me pongo agua bendita y uso una campana para ahuyentar al enemigo malo para que así no me entre el diablo y eso también lo deben hacer todos los danzantes para su protección.
Los Diablos de Naiguatá somos Patrimonio del Edo. Vargas, y aunque parezca curioso no tenemos una sede, le he pedido a muchas personas a través de los años que nos construyan o nos den la facilidad para construirla pero hasta la fecha no hemos obtenido una buena respuesta, aquí no contamos con un espacio digno donde se puedan invitar a los Diablos de otros estados a compartir, donde se pueda enseñar verdaderamente a las nuevas generaciones nuestras culturas, dictar talleres de como hacer las máscaras, de como bailar los diablos, la historia de su origen, un lugar donde toda la gente pueda venir a ver y aprender de nosotros y así poder incluso llegar a tener un ingreso adicional para comprar las cosas para las mismas diabladas. Yo no pierdo las esperanzas, ojalá mi deseo se cumpla…».
Esta tradición se seguirá celebrando años tras año y cada vez hay mayor número de integrantes de todas las edades quienes ya sea por pago de promesas o por conservar la tradición participan anualmente con el mismo entusiasmo y fervor.
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